MADRID, 14 Nov. (EUROPA PRESS) -
Diversas teorías han intentado explicar el origen del autismo, desde factores genéticos hasta ambientales y conductuales. El trastorno del espectro autista (TEA) es una condición del neurodesarrollo que afecta la comunicación, la interacción social y los patrones de comportamiento, a menudo con intereses restringidos o repetitivos. Su expresión varía ampliamente, de ahí el término “espectro”.
Se diagnostica generalmente en la infancia, aunque algunos casos más leves pueden identificarse en la adolescencia o adultez. La prevalencia ha ido aumentando, en parte por una mayor concienciación y cambios en los criterios diagnósticos.
NO EL MICROBIOMA NO CAUSA AUTISMO
No existe evidencia científica de que la microbiota intestinal cause autismo, tal y como argumenta un grupo de científicos del Trinity College de Dublín (Irlanda) en un artículo de opinión publicado en la revista 'Neuron' de Cell Press.
Señalan que las conclusiones de investigaciones anteriores que respaldaban esta hipótesis -incluidos estudios observacionales, modelos de ratón con autismo y ensayos clínicos en humanos- se ven socavadas por supuestos erróneos, muestras pequeñas y métodos estadísticos inapropiados.
"A pesar de lo que hayas oído, leído o visto en Netflix, no hay pruebas de que el microbioma contribuya causalmente al autismo", advierte Kevin Mitchell, neurobiólogo del desarrollo y primer autor del estudio, del Trinity College de Dublín. "No creo que esté justificado dedicar más tiempo y recursos a este tema. Sabemos que el autismo es una condición con un fuerte componente genético y aún queda mucho por investigar".
DE DÓNDE VIENE LA IDEA DE VÍNCULO
La hipótesis de que el autismo está causado, al menos parcialmente, por la microbiota intestinal se basa en el hecho de que muchas personas con autismo sufren síntomas gastrointestinales. Además, el reciente aumento en los diagnósticos de autismo ha llevado a algunos a creer que cambios ambientales o conductuales están impulsando este incremento, aunque los autores señalan que existe evidencia sólida de que dicho aumento refleja una mayor concienciación y criterios diagnósticos más amplios, más que un mecanismo biológico.
Sin embargo, los investigadores han explorado la hipótesis de la relación entre el microbioma y el autismo comparando los microbiomas intestinales de personas con y sin autismo, estudiando modelos de ratón con autismo y realizando ensayos clínicos con personas con autismo. Los autores argumentan que, en todos estos estudios, los resultados son deficientes y poco convincentes.
"Existe variabilidad en esas tres áreas, y los estudios simplemente no forman una historia coherente en absoluto", dice la autora principal y neuropsicóloga del desarrollo Dorothy Bishop, de la Universidad de Oxford.
En los estudios más citados que comparan los microbiomas intestinales de personas con y sin autismo, los investigadores utilizaron tamaños de muestra que oscilaban entre 7 y 43 individuos por grupo, mientras que las recomendaciones estadísticas exigen tamaños de muestra de miles. "El autismo no es raro, por lo que no hay razón para realizar estudios con solo 20, 30 o 40 participantes", matiza el coautor y bioestadístico Darren Dahly, del University College Cork (Irlanda).
Estos estudios también emplearon métodos diversos para caracterizar la composición del microbioma, lo que dificulta la comparación de sus resultados. Si bien algunos estudios hallaron diferencias entre los microbiomas de personas con autismo y controles, estas diferencias a menudo fueron contradictorias; por ejemplo, algunos estudios encontraron una menor diversidad microbiana en el intestino de personas con autismo, mientras que otros hallaron lo contrario.
Estas diferencias también desaparecieron cuando los estudios consideraron otras variables, como la dieta, o cuando compararon los microbiomas de niños con autismo con los de sus hermanos neurotípicos.
"En todo caso, hay pruebas más sólidas de un efecto causal inverso, en el sentido de que tener autismo puede afectar la dieta de una persona, lo que puede afectar su microbioma", plantea Mitchell.
Los modelos de ratón para el autismo que afirman mostrar una relación entre el microbioma intestinal y el autismo tampoco son convincentes, según los investigadores, debido a las diferencias conductuales, cognitivas y fisiológicas entre humanos y ratones.
"No hay evidencia de que los comportamientos 'similares al autismo' en modelos de ratones tengan alguna relevancia para el autismo, y los experimentos en sí mismos tenían fallas metodológicas y estadísticas que socavan sus afirmaciones", acuña Mitchell.
ENSAYOS CLÍNICOS CON PROBIÓTICOS Y TRASPLANTES FECALES
Diversos ensayos clínicos en humanos han puesto a prueba la hipótesis de la relación entre el microbioma y el autismo mediante trasplantes fecales o la administración de terapias probióticas a personas con autismo, monitorizando posteriormente los cambios en sus características.
Sin embargo, los investigadores afirman que la mayoría de estos estudios utilizaron muestras de tamaño insuficiente y métodos estadísticos inapropiados que debilitan sus hallazgos, y muchos carecieron de grupo de control o aleatorización.
"El consenso entre los estudios que hemos analizado es que cuando se realizan los ensayos correctamente, no se observa nada", afirma Dahly. Ante la falta de pruebas convincentes y la falta de progreso en este campo, los investigadores argumentan que la hipótesis de que el microbioma causa autismo ha llegado a un punto muerto.