MADRID, 22 Nov. (EUROPA PRESS) -
Un nuevo estudio internacional realizado por antropólogos evolucionistas ha comprobado la vida moderna ha superado el ritmo de la evolución humana y sugiere que el estrés crónico y muchos problemas de salud actuales son consecuencia de una falta de adaptación evolutiva entre nuestra biología, principalmente adaptada a la naturaleza, y los entornos industrializados que habitamos en la actualidad.
Durante cientos de miles de años, los seres humanos se adaptaron a las exigencias de la vida de cazadores-recolectores: gran movilidad, estrés intermitente y estrecha interacción con el entorno natural. La industrialización, en cambio, ha transformado el entorno humano en tan solo unos siglos, introduciendo contaminación acústica, atmosférica y lumínica, microplásticos, pesticidas, estimulación sensorial constante, luz artificial, alimentos procesados y estilos de vida sedentarios.
"En nuestros entornos ancestrales, estábamos bien adaptados para afrontar situaciones de estrés agudo, ya fuera para evadir o enfrentarnos a los depredadores. El león aparecía de vez en cuando y había que estar preparado para defenderse o huir. Lo fundamental es que el león se alejase de nuevo", explica Colin Shaw, de la Universidad de Zúrich (Suiza) quien dirige el grupo de investigación de Ecofisiología Evolutiva Humana (HEEP) junto con Daniel Longman, de la Universidad de Loughborough (Reino Unido).
Los factores de estrés actuales como el tráfico, las exigencias laborales, las redes sociales y el ruido, por mencionar algunos, activan los mismos sistemas biológicos, pero sin resolución ni recuperación.
"Nuestro cuerpo reacciona como si todos estos factores de estrés fueran leones --afirma Longman--. Ya sea una discusión difícil con el jefe o el ruido del tráfico, el sistema de respuesta al estrés funciona igual que si uno se enfrentara a leones uno tras otro. En consecuencia, se produce una respuesta muy intensa del sistema nervioso, pero no hay recuperación".
En su revisión, Shaw y Longman sintetizan la evidencia que sugiere que la industrialización y la urbanización están menoscabando la aptitud evolutiva humana. Desde un punto de vista evolutivo, el éxito de una especie depende de la supervivencia y la reproducción. Según los autores, ambas se han visto afectadas negativamente desde la Revolución Industrial.
Señalan la disminución de las tasas de fertilidad a nivel mundial y el aumento de las enfermedades inflamatorias crónicas, como las autoinmunes, como indicios de que los entornos industriales están teniendo un impacto biológico negativo.
"Existe una paradoja: por un lado, hemos generado una enorme riqueza, bienestar y acceso a la atención médica para muchas personas en el planeta --afirma Shaw--, pero, por otro lado, algunos de estos logros industriales están teniendo efectos perjudiciales en nuestras funciones inmunológicas, cognitivas, físicas y reproductivas".
Un ejemplo bien documentado es el descenso global en el recuento y la motilidad de los espermatozoides observado desde la década de 1950, que Shaw vincula a factores ambientales. "Se cree que esto está relacionado con los pesticidas y herbicidas en los alimentos, pero también con los microplásticos", señala.
Dado el ritmo del cambio tecnológico y ambiental, la evolución biológica no puede seguirle el paso. "La adaptación biológica es muy lenta. Las adaptaciones genéticas a largo plazo son multigeneracionales: de decenas a cientos de miles de años", afirma Shaw.
Esto significa que es improbable que el desajuste entre nuestra fisiología evolutiva y las condiciones modernas se resuelva de forma natural. En cambio, los investigadores sostienen que las sociedades deben mitigar estos efectos replanteando su relación con la naturaleza y diseñando entornos más saludables y sostenibles.
Según Shaw, abordar este desajuste requiere soluciones tanto culturales como ambientales. "Un enfoque consiste en replantear radicalmente nuestra relación con la naturaleza, considerándola un factor clave para la salud y protegiendo o regenerando espacios que se asemejen a los de nuestro pasado como cazadores-recolectores", apunta. Otro enfoque es diseñar ciudades más saludables y resilientes que tengan en cuenta la fisiología humana.
"Nuestra investigación puede identificar qué estímulos afectan más a la presión arterial, la frecuencia cardíaca o la función inmunológica, por ejemplo, y transmitir ese conocimiento a los responsables de la toma de decisiones --resalta Shaw--. Necesitamos que nuestras ciudades funcionen correctamente y, al mismo tiempo, regenerar, valorar y pasar más tiempo en espacios naturales.