MADRID, 17 Ago. (EUROPA PRESS) -
La introducción de nuevos sabores y texturas hace que muchos bebés presenten problemas a la hora de comer y, si se convierte en algo habitual, puede derivar en un trastorno alimenticio que se conoce como anorexia del lactante o relacional.
En general aparece en niños pequeños cuando superan el periodo de lactancia, según ha explicado a Europa Press José Manuel Moreno, pediatra de la unidad de Nutrición del Hospital 12 de Octubre de Madrid y coordinador de la Asociación Española de Pediatría (AEP), un momento de sus vidas que viene dado por un "proceso de conflicto" ya que quieren comenzar a dirigir sus conductas y ser independientes de sus padres.
Las causas pueden ser varias, como la presión a la hora de comer, la inseguridad de los padres, la presencia de un trastorno de depresión o cualquier otro problema físico en alguno de ellos, lo que acaba deteriorando la relación paterno-filial.
Cuando a esto se une el hecho de probar por primera vez alimentos con sabores o texturas hasta el momento desconocidos hace que haya niños que desarrollen una mala relación con la alimentación y que apenas coman, lo que puede acabar comprometiendo su salud y convirtiéndose en un "cuadro muy delicado", señala el nutricionista infantil.
Las anorexias precoces son las más problemáticas porque el menor está en un periodo de desarrollo en el que crece más rápido y, en el caso de que no se aborden bien, puede repercutir en problemas relaciones más graves a largo plazo.
"Los niños que padecen está enfermedad suelen ser niños caprichosos al comer, selectivos y con una dieta muy monótona", asegura el pediatra. Estas formas leves si se abordan bien, dando consejos a los padres para evitar que las comidas sean momentos de tensión, quitándole importancia a la situación de la comida, que tanto el padre como la madre en ese momento estén descansados, que no se viva la situación como un fracaso y que no se agobien, entre otros, van remitiendo la situación.
UN ENFOQUE ERRÓNEO PUEDE AGRAVAR LA SITUACIÓN
El problema surge cuando los padres no lo abordan de forma correcta, lo que incluso puede agravar este trastorno, algo que sucede cuando se produce "una posición completamente permisiva y por otra, una demasiado estricta", explica el doctor.
En el caso de que no se aborde bien, puede hacer que el niño pierda peso, en el que se crea que hay otra enfermedad subyacente, de tipo digestiva o metabólica.
Esto aumenta la preocupación de la familia y sí que necesita un abordaje más completo en el que "deben estar involucrados el pediatra y el psicólogo o el psiquiatra para apoyar y orientar a la familia, así como a veces se necesita un logopeda o un terapeuta ocupacional para tratar al niño y le eduque en su forma de comer, enseñando una educación de la alimentación al menor" apostilla el especialista Moreno.
Si en el periodo de aprendizaje sólo se tiene contacto con tres tipos de alimentos en vez de con diez, cuando se es mayor se sigue siendo un "mal comedor" porque en los primeros años no se consiguió superar todo el problema.
El especialista advierte que "no existe ningún alimento que cueste comerlo más que otro en especial. Sin embargo, el dulce es el gusto que viene de fábrica, después se aprenden los salados y más adelante los ácidos o los amargos, por lo que los niños pueden tener más problemas con las frutas o las verduras".