MADRID 15 Dic. (EUROPA PRESS) -
Las caídas son la principal causa de lesiones mortales y no mortales entre los estadounidenses de edad avanzada y con demasiada frecuencia llevan al declive físico y a la pérdida de independencia. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos, uno de cada tres adultos mayores de 65 años se cae cada año, lo que da lugar a casi 20.000 muertes.
Incluso cuando las caídas no causan lesiones, pueden provocar que las personas mayores desarrollen miedo a la caída, lo que puede limitar sus actividades y reducir su movilidad. Aquellos que saben que están en riesgo de caerse pueden tomar medidas sencillas, como eliminar los peligros que les pueden hacer tropezar de sus hogares, por ejemplo, pudiendo reducir sustancialmente el riesgo de caídas.
Ahora, investigadores del Colegio de Medicina Albert Einstein, en Nueva York, Estados Unidos, han encontrado que medir la actividad cerebral de adultos mayores saludables mientras caminan y hablan puede predecir su riesgo de caerse, como informan en un artículo publicado en la edición digital de 'Neurology', la revista médica de la Academia Americana de Neurología.
"Estudios previos han demostrado que cuando las personas mayores realizan tareas cognitivamente exigentes, es necesario que sus cerebros se vuelvan más activos para gestionar el desafío --dice el autor principal, Joe Verghese, director de la División de Envejecimiento Cognitivo y Motor en Einstein y el Sistema de Salud Montefiore y director del Centro Montefiore Einstein para el Envejecimiento Cerebral --. En nuestro estudio, pedimos a personas mayores que realizaran esa tarea --en este caso, hablar mientras caminaban_y descubrimos que las personas que necesitan más actividad cerebral para llevarla a cabo tenían más probabilidades que otras de caerse más adelante".
El análisis incluyó a 166 adultos mayores, con una edad promedio de 75 años, inscritos en el estudio en curso 'Control Central de Movilidad en el Envejecimiento' de Einstein. Todos los participantes estaban sanos, sin signos de demencia, discapacidad o problemas para caminar y los autores les pidieron que realizaran tres tareas diferentes: andar a un ritmo normal, decir letras alternas del alfabeto mientras estaban de pie y caminar a un ritmo normal al tiempo que decían simultáneamente letras alternas del alfabeto.
El doctor Verghese y sus colegas midieron la velocidad de la marcha de los participantes y la velocidad con la que decían las letras, además de medir la actividad cerebral durante las tres tareas mediante espectroscopia funcional de infrarrojo cercano, una tecnología no invasiva de imágenes cerebrales en la que los participantes llevan sensores en la frente que miden los cambios en los niveles de oxígeno en la parte frontal de sus cerebros.
AUMENTO DEL 32 POR CIENTO DEL RIESGO
Después de las pruebas, los investigadores contactaron con los participantes cada dos o tres meses durante los siguientes cuatro años para averiguar si se habían caído. Un total de 71 de los participantes del estudio informaron de haber sufrido un total de 116 caídas durante ese tiempo, con 34 de ellos que se cayeron más de una vez; aunque la mayoría de las caídas no fueron serias, con sólo el 5 por ciento de ellas que resultaron en fracturas.
Ni la velocidad a la que las personas caminaban ni su velocidad a la hora de nombrar las letras del alfabeto predijeron cuál de ellas sería más propensa a caerse. La actividad cerebral de los participantes mientras andaban o simplemente hablaban tampoco se correlacionó con su riesgo de caerse.
Sin embargo, cuando los investigadores observaron la actividad cerebral en el momento en el que los participantes caminaban mientras hablaban, encontraron que niveles elevados de actividad cerebral durante esta tarea indicaban un mayor riesgo de caída en el futuro: cada aumento progresivo en la actividad cerebral estaba asociado con un incremento del 32 por ciento en el riesgo de caídas.
Esta relación entre el aumento de la actividad cerebral y el riesgo de caída persistió incluso después de que los investigadores tuvieron en cuenta una velocidad lenta a la hora de caminar, fragilidad, caídas anteriores y otros factores que podrían afectar al riesgo de una persona de caerse.
"Nuestros hallazgos sugieren que los cambios en la actividad cerebral que influyen en el andar pueden estar presentes mucho antes de que las personas muestren cualquier signo de dificultad para caminar. Ahora necesitamos hallar los mecanismos biológicos subyacentes o las enfermedades que pueden alterar la actividad cerebral y, de ser posible, ayudar a prevenir las caídas", concluye el doctor Verghese.