MADRID, 24 Ago. (EUROPA PRESS) -
El síndrome de Estocolmo, un fenómeno psicológico acuñado en Suecia en 1973 por el psiquiatra Nils Bejerot que consiste en el desarrollo de una vinculación afectiva entre un rehén y sus captores. Se considera "más una excepción que una regla", un "mito" y una "conducta no generalizada ni generalizable".
Así lo afirman varios expertos citados en una revisión acerca de la afección realizada por la investigadora de la Universidad de Guadalajara (México), Lucía E. Rizo-Martínez, publicada en la revista 'Clínica y Salud'.
La investigadora considera en su trabajo que puede considerarse "una respuesta instintiva universal de supervivencia", pero que "la falta de estudios empíricos podría llevar a la conclusión de que muchas de las características del término se deben a un sesgo informativo".
De hecho, los manuales internacionales de clasificación de trastornos psicopatológicas, el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM) de la Asociación Americana de Psiquiatría y la Clasificación Internacional de Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud no lo incluyen.
Actualmente, no existe una unificación de criterios con respecto a su diagnóstico y caracteristicas, incluso a su denomicación de síndrome. Algunos investigadores opinan que representa una aportación "valiosa" para dar sentido a hechos y predecir de alguna manera el comportamiento futuro, lo que impactará también en el descubrimiento de formas de mejorar situaciones que puedan darse después de un secuestro. En cualquier caso, la etiqueta síndrome de Estocolmo se aplica a un rango de situaciones cada vez mayor y no sólo a respuestas individuales sino a reacciones colectivas o grupales.
Por otra parte, otros estudiosos creen que el síndrome de Estocolmo sería parte del "estrés postraumático complejo", principalmente debido a que incluye la idealización del perpetrador, mientras que otros lo consideran como una reacción al estrés agudo, que incluye los "trastornos transitorios desencadenados por sucesos vitales excepcionalmente estresantes" que sí contempla la décima edición de la Clasificación Internacional de Enfermedades.
Las razones esgrimidas para explicar esta respuesta psicológica se refieren, sobre todo, a la amenaza percibida para la supervivencia, la creencia de que el captor está dispuesto a acabar con la vida del secuestrado, la percepción en el cautiverio de alguna pequeña bondad por parte del secuestrador dentro de un contexto de terror, el aislamiento y el convencimiento de que es imposible escapar.
Algunos expertos creen que determinados rasgos de la personalidad favorecen que aparezca, como tener la sensación de que la vida de uno está controlada por otros, sentirse infeliz con las circunstancias de su vida, una fuerte necesidad de aprobación por parte de figuras de autoridad o desear ser otra persona.
La investigadora de la Universidad de Guadalajara también explica que no es una reacción únicamente humana y que puede observarse en otras especies, como respuesta universal a una amenaza para la supervivencia.
Este tipo de reacciones de afecto de las víctimas a sus opresores han sido observadas en otras especies de mamíferos, especialmente primates. Conductas de apaciguamiento, como las mostradas por algunas víctimas son la defensa más relevante de los mamíferos, porque la sumisión puede favorecer la supervivencia genética.
La reacción no surge exclusivamente en casos de secuestro, añade la revisión publicada en 'Clínica y Salud'. También se ha observado en casos de abuso sexual, violencia de pareja, miembros de sectas, actos terroristas o prisioneros de guerra.
ORIGEN DE LA DENOMINACIÓN DEL TÉRMINO
El 23 de agosto de 1973, Erik Olsson entró en una sucursal del Banco de Crédito de Estocolmo para atracarlo. Después de disparar a dos agentes, Olsson tomó como rehenes a cuatro empleados, tres mujeres y un hombre. Tras seis días de negociaciones, la policía puso fin al asalto sin que nadie más resultara herido.
Pero lo peculiar de este atraco fue que una de las rehenes, Kristin Enmark, de 23 años, que había sido la portavoz de los retenidos, paradójicamente mostró abiertamente su simpatía y plena confianza hacia el secuestrador, a pesar de que Olsson había amenazado con matar a los rehenes durante los seis días de cautiverio y había llegado a ponerles una soga al cuello.
Pese a todo, la joven Kristin Enmark se ofreció a acompañar a Olson en un viaje, a cambio de que liberara a dos de los rehenes, algo que las autoridades suecas descartaron.
El nombre de ese extraño comportamiento saltó a la fama un año después, en febrero de 1974, con motivo de otro célebre secuestro: el de Patricia Hearst, nieta del magnate de la prensa estadounidense William Randolph Hearst, de 20 años, por parte del Ejército Simbiótico de Liberación.