Archivo - Problemas de salud mental. - TERO VESALAINEN/ ISTOCK - Archivo
MADRID 3 Dic. (EUROPA PRESS) -
La psicóloga del área de Discapacidad Intelectual y del Desarrollo del Centro San Juan de Dios (CSJD) de Ciempozuelos, Carolina Torruella, ha afirmado que las personas con discapacidad intelectual presentan un riesgo "significativamente superior" de desarrollar problemas de salud mental, que en la mayoría de los casos comienzan en la adolescencia de estos pacientes.
"La prevalencia de aparición de trastornos mentales en personas con discapacidad intelectual se sitúa entre el 30 y el 50 por ciento, muy por encima a la de población sin discapacidad intelectual", ha explicado Torruella.
Tras ello, ha detallado que este mayor riesgo tiene que ver con diversos factores a nivel biológico, cognitivo, ambiental o comunicativo, entre otros, y que estas personas se enfrentan a múltiples desafíos como los diagnósticos tardíos, la exposición al estrés ambiental, una mayor vulnerabilidad a situaciones de abuso, dificultades para expresar malestar o crisis emocionales, y limitaciones en sus interrelaciones que genera aislamiento social y comorbilidad.
Todo ello adquiere "matices especialmente complejos" en los adolescentes con discapacidad intelectual, quienes presentan un incremento de la comorbilidad asociado a factores fisiológicos, una mayor sobrecarga emocional, la influencia determinante del grupo de iguales y una elevada vulnerabilidad social.
"Podría afirmarse que a los retos inherentes a la etapa adolescente se añaden las limitaciones propias de la discapacidad intelectual, configurando un escenario donde ambas dimensiones se potencian entre sí y pueden derivar en un nivel de complejidad significativamente superior al observado en la población general", ha añadido Torruella.
INCOMPRENSIÓN EMOCIONAL
La especialista ha expuesto que los pacientes suelen relatar una "marcada sensación de incomprensión emocional" por parte de su entorno, y que "no es infrecuente" que muchos de ellos hayan atravesado episodios de abuso, negligencia o trato degradante, dada la mayor vulnerabilidad que presentan, tal como se ha señalado previamente.
"Es habitual que exista una importante sobrecarga familiar, que acaba generando dinámicas tensas y desestabilizadoras dentro del núcleo convivencial. A ello se suman otras problemáticas relevantes, como experiencias educativas frustrantes derivadas de diagnósticos excesivamente tardíos o, en el extremo opuesto, de procesos de etiquetación precoz acompañados de un estigma persistente que condiciona de forma negativa su desarrollo", ha agregado.
De forma parecida se ha pronunciado la psicóloga de la Unidad 2 del área de Discapacidad Intelectual y/o del Desarrollo, Sara Villar, quien ha asegurado que esta "mochila" influye de forma directa en su salud mental, condiciona su autoconcepto, sus estrategias de afrontamiento y su forma de relacionarse.
"Se estima que estas personas tienen entre 2 y 4 veces más probabilidades de desarrollar una enfermedad mental en comparación con la población general", ha aseverado Villar.
EL RETO DE DIFERENCIAR UN TRASTORNO DE UNA DISCAPACIDAD
La detección de esta patología dual es "compleja" debido al enmascaramiento diagnóstico, que se produce cuando los síntomas propios de un trastorno mental pueden quedar "tapados" por la discapacidad intelectual, o que ciertas conductas propias de la discapacidad pueden confundirse con un problema de salud mental.
Por su parte, la enfermera del área de Discapacidad Intelectual del CSJD, Alejandra Chanza, ha resaltado que lo complicado es que la sintomatología no siempre se manifiesta igual que en una persona sin discapacidad, pues muchos jóvenes "no pueden verbalizar" cómo se sienten, así que tienen que "leer" su conducta, lo que puede dar lugar a un retraso del diagnóstico.
Por todo ello, uno de los principales retos se encuentra en saber si la conducta responde a un trastorno mental, a la propia discapacidad, a dificultades comunicativas, a un entorno no adaptado o a una combinación de varios factores.
Uno de los psicólogos en el CSJD, Eduardo Guevara, ha explicado que la manifestación de la patología conductual se ve potenciada por la "incrementada energía e impulsividad inherente" a la adolescencia, y que sus características predominantes son la ausencia de estrategias de autorregulación y el autocontrol.
CONFLICTOS INTRAFAMILIARES
Guevara también ha explicado que la carencia de un manejo conductual estructurado y consistente en el entorno familiar durante la infancia puede exacerbar las dinámicas disfuncionales, resultando en serios conflictos intra-familiares y la consolidación de patrones de conducta desadaptativos.
Es por ello por lo que ha considerado que el principal imperativo terapéutico reside en facilitar la integración socio-ocupacional y la participación activa de estos jóvenes en su entorno comunitario, fruto de no lograr progresar más allá del segundo ciclo de Educación Secundaria Obligatoria (ESO), lo que genera una disparidad significativa respecto a sus compañeros, y que contribuye a la fragilidad de sus lazos sociales.
Así, las estrategias de intervención deben pasar por promover la adhesión grupal y el sentimiento de pertenencia a un grupo, centrándose en la participación comunitaria desde un modelo interdisciplinar y humanizado.
"El trabajo terapéutico con el núcleo familiar es de una importancia capital y transversal en todas las unidades de tratamiento", ha agregado Guevara, expresando que en el momento del ingreso es "común" observar rechazo por parte del usuario hacia sus familiares, una "consecuencia directa del sufrimiento acumulado y la alta conflictividad experimentada durante años".
Del mismo modo, ha considerado "esencial" convertir a los familiares en participantes activos y corresponsables del proceso de cambio, mientras se promueven las visitas programadas y los permisos terapéuticos al hogar.