VALENCIA 12 Nov. (EUROPA PRESS) -
Un equipo de investigación del proyecto INMA (Infancia y Medio Ambiente), en el que participan entre otros la Universitat de València y la Fundación Fisabio de la Generalitat, ha analizado cómo la tenencia de mascotas durante los primeros años de vida puede relacionarse con aspectos del bienestar emocional y conductual en la infancia.
Los resultados, basados en datos de 1893 familias de València, Sabadell, Asturias y Gipuzkoa, sugieren que el tipo de animal y momento de convivencia pueden influir de forma diferente en el desarrollo emocional infantil.
El Proyecto INMA, coordinado por el Centro de Investigación Biomédica en Red de Epidemiología y Salud Pública (Ciberesp), es una cohorte multicéntrica española creada para estudiar los efectos ambientales (aire, agua, dieta, entorno) sobre el desarrollo infantil.
En el estudio, publicado en la revista 'World Journal of Pediatrics', se examinó la presencia de distintos tipos de animales como perros, gatos, pájaros y "otros animales" como roedores, peces o reptiles, en los hogares cuando los niños y niñas tenían uno y entre cuatro y cinco años, y se evaluó su posible relación con problemas emocionales o "internalizantes" (como ansiedad, depresión o somatización) y conductuales o "externalizantes" (como ruptura de normas o hiperactividad) a los siete u ocho años de edad.
Los análisis revelaron que la tenencia continuada de "otros animales" (como peces, tortugas o hámsteres) se asoció con un efecto protector frente a los problemas emocionales, mientras que tener gatos solamente a los cuatro o cinco años mostró una asociación leve con más síntomas emocionales o conductuales. No se observaron diferencias significativas para perros o pájaros, así como para la variable conjunta de tener cualquier tipo de mascota.
La relación entre tener un gato a los cuatro o cinco años y mayor riesgo de síntomas emocionales o conductuales en la niñez intermedia es una asociación que debe interpretarse con cautela, según el equipo investigador.
"Podrían existir sesgos por selección familiar (familias con ciertas características podrían ser más propensas a tener gatos, por ejemplo), cambios en la convivencia o en el cuidado de la mascota, o diferencias en cómo los padres perciben el comportamiento infantil", explica Marisa Estarlich, investigadora del Departamento de Enfermería de la UV, co-autora del trabajo e investigadora de Fisabio y del Ciberesp.
"Hay que tener en cuenta que estos hallazgos no implican necesariamente causalidad y que también hay factores no medidos, como el apego real a la mascota, el posible fallecimiento de animales (y el duelo que esto podría implicar), las condiciones del entorno de convivencia o las diferencias en la crianza, que podrían influir", explica Llúcia González, investigadora del Ciberesp en Fisabio y primera firmante del artículo.
En el estudio también han participado el Centro de Investigación Biomédica en Red de Epidemiología y Salud Pública, la Universidad de Oviedo, la Universidad del País Vasco (EHU), la Universitat Jaume I de Castelló, el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) y el IIS Biogipuzkoa.
BIENESTAR PSICOLÓGICO
Por otro lado, el efecto aparentemente protector de "otros animales" (roedores, peces, reptiles, etc.) sugiere que estos animales, menos demandantes en cuanto a interacción humana, podrían favorecer una relación estable, lo que podría incrementar el bienestar psicológico infantil. "Incorporar animales de este tipo a las rutinas diarias infantiles podría contribuir a la adquisición de responsabilidades en un entorno en el que el afecto y la empatía se ponen en marcha", afirma Ainara Andiarena, investigadora del Grupo BEHRG de la EHU.
Otra autora del trabajo e investigadora Ciberesp, Blanca Sarzo, concluye que "de todos modos, para poder reforzar estos hallazgos, sería interesante replicar el estudio con mayor muestra y rango de edad y así poder valorar estos efectos a más largo plazo".