MADRID 19 Ene. (EUROPA PRESS) -
Un estudio del grupo FoodLab de los Estudios de Ciencias de la Salud de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), y que ha sido publicado en el 'International Journal of Environmental Research and Public Health', identifica los parámetros que contribuirían a mejorar la aceptación del consumo de insectos.
De hecho, el 58 por ciento de las personas que ha participado en el trabajo opinan que en el futuro los insectos podrían ser una fuente alternativa y sostenible de proteína y, por lo tanto, que su integración en la dieta se podría convertir en una realidad.
El estudio forma parte de la tesis de la estudiante de doctorado de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC, Marta Ros, dentro del programa de doctorado de la Sociedad de la Información y el Conocimiento, y también lo firman Anna Bach yAlicia Aguilar, profesoras de los Estudios de Ciencias de la Salud e investigadoras del grupo de investigación FoodLab.
A pesar de que la entomofagia, es decir, la ingestión de insectos como alimento por los humanos y los animales, era una práctica común entre nuestros ancestros, desde China hasta el Imperio romano, hace mucho tiempo que se abandonó, aunque el consumo se mantiene en países como China, Tailandia, Japón, Colombia, México, Perú, Brasil y algunos países de África.
Desde el 2013, ante el rápido agotamiento de los recursos naturales, el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) promueve la necesidad de examinar las prácticas modernas de la ciencia de los alimentos para aumentar el comercio, el consumo y la aceptación de insectos.
Varios estudios han probado los efectos positivos del consumo de insectos para la salud en animales y humanos. Es más, la Unión Europea ha aprobado este mismo enero la comercialización de larvas del escarabajo del estiércol y polvo parcialmente desgrasado de grillo doméstico.
En estudios en personas, los insectos comestibles han demostrado mejorar la salud intestinal, reducir la inflamación sistémica y aumentar significativamente las concentraciones sanguíneas de aminoácidos. Además, en estudios en animales, se muestran resultados positivos en el control del peso, reducción de los niveles de glucosa en sangre y de colesterol y aumento en la diversidad de la microbiota. Las grasas que contienen los insectos comestibles son ricos en ácidos grasos insaturados, especialmente en ácidos grasos poliinsaturados, y esto puede tener beneficios en la alimentación.
El estudio realizado por la UOC se basa en las respuestas de 1.034 personas que han participado en la encuesta sobre el consumo de insectos. Una inmensa mayoría, el 86 por ciento, responde que nunca ha comido insectos, y solo un 13 por ciento los ha probado. La principal razón que aducen para no consumir insectos es el asco (38%), seguida por la carencia de hábito (15%), las dudas sobre su seguridad (9%) o razones culturales (6%), entre otras.
La reticencia a comer insectos también se pone de manifiesto cuando a los encuestados se les plantea si estarían dispuestos a incluirlos en su dieta habitual. Y es que, solo un 16 por ciento responde que sí, mientras que un 82 por ciento asegura que no lo haría. El 71 por ciento afirma que no cocinaría insectos en casa, mientras que un 28 por ciento contesta que sí.
Preguntados sobre si ofrecerían platos con insectos en un restaurante, el 73 por ciento dice que no, mientras que un 25 por ciento responde positivamente. La mayoría, un 81 por ciento, opina que el público general no recibiría bien platos con insectos, pero un 16 por ciento cree que sí.
UNA VISIÓN POSITIVA DE CARA AL FUTURO
A pesar del rechazo, en determinadas condiciones la valoración del consumo de insectos mejora. De hecho, según los datos, casi el 50 por ciento de las personas encuestadas piensa que disponer de información sobre el potencial que tienen los insectos como alimento sostenible alentaría a consumirlos, mientras que un 48 por ciento dice que no.
El optimismo respecto al futuro se pone en evidencia cuando se les pregunta si creen que el consumo de insectos podría ser una práctica futura. Una clara mayoría, el 58 por ciento, responde afirmativamente, mientras que un 38 por ciento opina lo contrario.
Al mismo tiempo, la mayor parte de los encuestados indican que la manera en la que puedan ser preparados los insectos para ser consumidos es importante a la hora de atraer a los consumidores. En este sentido, un 70 por ciento de las personas manifiesta que una preparación de modo que la forma natural del insecto no se pueda ver haría que su consumo fuera más agradable.
Asimismo, un 10 por ciento considera que, si la forma del insecto se hiciera visible, su consumo disminuiría. De manera muy mayoritaria, los encuestados opinan que el formato de harina sería el más interesante (23%), seguido por el de galletas (6%) o barritas (5,8%).
El estudio ha permitido identificar los parámetros que pueden mejorar la aceptación del consumo de insectos para introducirlos como fuente sostenible de proteína en la dieta del futuro. Las respuestas han contribuido a estudiar las áreas que tienen que ver con la aceptación: neofobia, normas sociales, familiaridad, experiencias de consumo y conocimiento de beneficios. Las autoras del estudio destacan que los hombres se muestran más abiertos a consumir insectos que las mujeres, y también se ha puesto de relieve que el grupo de edad más receptivo a probarlos es el de 40 a 59 años.
El aumento considerable de población en el mundo que se prevé hacia el 2050 debido a la mejora de las condiciones de vida en la mayoría de los países, obliga a buscar alternativas en cuanto al abastecimiento de proteína. El incremento del coste de la producción de proteína animal y la creciente presión ambiental en la agricultura y la ganadería nos abocan a encontrar otras opciones productivas y técnicas innovadoras para la obtención de alimentos que tengan en cuenta la dimensión nutricional, ambiental y sociocultural de la sostenibilidad alimentaria.
El uso de insectos como alimento de consumo humano, destaca el estudio de la UOC, podría reunir estas demandas y demostrar ser una estrategia válida para mejorar la seguridad alimentaria global. Se debe tener presente que los insectos pueden crecer en restos orgánicos (actuando como bioconvertidores), ocupar un menor espacio de producción y generar menos gases invernadero (descargar la infografía sobre la huella ambiental de la cría de insectos vs. la cría de animales de ganadería).