MADRID, 30 May. (EUROPA PRESS) -
Vivir en una zona de guerra está relacionado con un mayor riesgo entre la población civil de ataque cardiaco, accidente cerebrovascular, enfermedad cardiaca coronaria, ictus, mayor presión arterial y colesterol, diabetes y mayor consumo de alcohol y tabaco, incluso años después de que termine el conflicto, según ha determinado un estudio del Imperial College London y la London School of Hygiene & Tropical Medicine (Reino Unido).
Este trabajo, publicado en la revista 'Heart', es la primera revisión sistemática de los efectos del conflicto armado sobre el riesgo de enfermedad cardiaca. El equipo ha vuelto a analizar los datos de 65 estudios y 23 conflictos armados, que relacionan esta situación con la salud de adultos de países de ingresos bajos y medios, como Siria, Líbano, Bosnia, Croacia, Palestina, Colombia y Sudán.
Más allá de los impactos inmediatos de los conflictos, como las heridas causadas por las explosiones o los disparos, las enfermedades infecciosas o la desnutrición, los investigadores citan riesgos de salud más duraderos para los civiles, que pueden deberse a múltiples factores, entre ellos los cortes en el servicio sanitario, que los exponen a un mayor riesgo de enfermedades cardíacas a mediano y largo plazo.
En su trabajo, por ejemplo, los investigadores incluyeron estudios que analizaron las causas de muerte antes y después de la invasión de Irak liderada por Estados Unidos en 2003. Los datos recogidos muestran que la tasa de muertes por ataque cardiaco o accidente cerebrovascular aumentó significativamente, de 147,9 por cada 100.000 personas antes de la invasión a 228,8 por cada 100.000 después de la invasión.
La enfermedad cardíaca fue la causa principal de cerca de la mitad de las muertes no violentas en Irak durante la invasión norteamericana, según sus resultados. La revisión no pudo identificar las razones detrás de los hallazgos, pero "es probable que sean complejas y numerosos", indican.
Según los investigadores, el conflicto armado podría tener un impacto en las enfermedades crónicas a través de dos mecanismos principales. "En primer lugar, los efectos directos de vivir en una zona de conflicto pueden aumentar el estrés y la ansiedad, lo que conduce a una presión arterial más alta, así como a un empeoramiento de comportamientos de riesgo como beber más alcohol y fumar más", explican.
En segundo lugar, apuntan que la destrucción de los sistemas sanitarios puede eliminar los programas de detección, reducir el acceso de los pacientes a los hospitales y al personal sanitario, reducir la disponibilidad de medicamentos y hacer que tomar los fármacos necesarios, como las estatinas o la insulina, sea "menos prioritaria para las personas que se enfrentan a conflictos".
"La experiencia de los conflictos armados, ya sean eventos traumáticos específicos o el desplazamiento de su hogar, parece poner a la población civil en mayor riesgo de aumentar la presión arterial, el consumo de alcohol y el tabaquismo, que son factores de riesgo establecidos para las enfermedades cardíacas. Incluso si los civiles están dispuestos y son capaces de encontrar un médico durante los conflictos armados, el acceso es limitado debido al cierre de hospitales, bloqueos de carreteras, falta de medicamentos disponibles y más", comenta el autor principal del trabajo, Christopher Millett.
Los autores puntualizan que sus resultados son "limitados", ya que dos tercios de los 65 estudios incluidos son de "baja calidad", y que esto puede deberse en parte a la naturaleza de la recopilación de datos en tiempos de conflicto, ya que los civiles y los servicios sanitarios "no registran las muertes o sus causas". "Sin embargo, los hallazgos son consistentes en gran medida cuando restringimos los análisis a estudios de mayor calidad", concluyen.