MADRID, 13 Ene. (EDIZIONES) -
¿Por qué después de un tiempo oliendo algo nos acostumbramos y dejamos de olerlo? ¿Qué explicación científica tiene esto? Laura López-Mascaraque, investigadora del CSIC, lo achaca a la fatiga olfativa, de forma que ese olor forma parte ya de ti.
"Después de un tiempo oliendo a algo te acostumbras y dejas de olerlo: es el efecto de saturación", comenta esta experta que, precisamente, ha sido asesora científica de 'Oler', un título de Berta Páramo perteneciente a la colección de libros ilustrados 'Mentes Curiosas, Curiosas Mentes' del CSIC y Zahorí Books.
Pone así el ejemplo de que todas las casas tienen un olor particular, de forma que percibimos que cada casa huele distinto. Si vives ahí dice que integras en ti mismo ese aroma y no eres consciente de él; aunque si llevas un tiempo sin ir y vuelves a entrar en la casa, sí lo notas ese olor diferente.
"Hay personas que la llaman 'la ceguera de la nariz' y lo que sucede es que en esas neuronas que tenemos en la nariz tienen los receptores olfativos y estos dejan de procesar al cerebro esos aromas a los que estamos expuestos mucho tiempo, y necesitamos una desintoxicación olfativa ya volvemos a olerlo otra vez", comenta la especialista en olfato.
UNOS HUELEN MEJOR QUE OTROS
Concretamente, detalla que el olor llega por dos vías a las neuronas sensoriales olfativas, una de ellas la vía ortonasal (fosas nasales) y la otra por la vía retronasal (entra por la boca, llega al paladar, y sube por la parte de atrás llegando al epitelio olfativo, donde están las neuronas que procesan la información).
"Cuando inspiras, las moléculas llegan a través de la nariz a las únicas neuronas de tu cerebro que están en contacto con el exterior: las neuronas sensoriales olfativas. Tenemos muchos miles de ellas en poco más del tamaño de un sello y se renuevan cada 40 días. Son las únicas neuronas que lo hacen", mantiene esta experta.
Dice que todas las personas olemos diferente, y esto es así porque estamos muy condicionados por la genética: "Para oler algo actúan en los seres humanos unos 396 genes, lo que es una barbaridad. Entonces, piensa en toda la cantidad de variaciones que pueden haber en esos centenares de genes. Es decir, una pequeña mutación en un alelo puede hacer que olamos distinto y, de hecho, podemos ser ciegos a determinados olores por la genética".
También apunta que en ello contribuye la experiencia personal de cada uno, que hace que cada uno de nosotros "tenga un mundo de olores único": "El queso de Cabrales puede olerte a pies apestosos o ser el mejor olor del mundo si te encanta el queso".
¿TÚ HUELES EL OLOR A ESPÁRRAGO EN TU ORINA?
Y es que cada día somos capaces de oler cientos y cientos de aromas, hedores, esencias, pudiendo llegar a distinguir cada uno de nosotros millones de olores, aunque no todos somos capaces de distinguir los mismos.
Si lo comparamos con la vista, sostiene esta investigadora, hay daltónicos que no pueden ver el color rojo por su genética, por ejemplo, mientras que en el caso del olfato mantiene que, por ejemplo, hay personas a las que cuando comemos espárragos la orina les huele mal, si bien otras personas no la huelen para nada.
"Hay personas completamente ciegas a un olor a un tipo de violeta, y que no la huelen; y otras personas que son ciegas a componentes de un perfume, por poner ejemplos. El registro olfativo es distinto en cada una de las personas por la carga genética, igual que puedes ser rubio o moreno con los ojos azules o no", aclara esta especialista en olfato.
YO HUELO MÁS QUE TÚ
¿Por qué hay personas que huelen mejor que otras entonces? Esta científica aclara que esto tiene un componente genético, al mismo tiempo que defiende que también detrás hay mucho entrenamiento: "Es decir, hay personas que desde que son niños muy pequeños todo lo huelen, e incluso hay familias o culturas donde ponemos nombre a los olores y vamos haciendo una enseñanza de los aromas".
Ahora bien, lamenta que en las culturas occidentales el olfato es algo que se olvida del todo y a los niños sí se les enseñan los colores, las palabras, pero los olores no. "En el caso de los olores el entrenamiento es fundamental", destaca López-Mascaraque.
Así, asegura que podemos entrenar nuestro olfato en el día a día oliendo las cosas, e ir poniendo nombre a esos olores. "Cualquiera se podrá entrenar en casa con especias (la pimienta, el clavo, la vainilla) y cuando las hueles fuera de contexto no les sabes poner nombre porque no la has verbalizado, no los has unido a un nombre determinado. Pero, cuando te entrenas, los enólogos o perfumistas sí pueden discernir un olor a vino súper complejo y ver si tiene notas de vainilla o de nuez moscada, y al hacerlo, si te lo van diciendo y lo vas oliendo, sí que puedes ponerle el nombre. Pero habitualmente no le ponemos nombre a los olores y no nos preocupamos por ello", sentencia esta investigadora.