MADRID 5 Ago. (EUROPA PRESS) -
Científicos de la Universidad de Cincinnati (Estados Unidos) han dado un paso más para abordar uno de los riesgos más peligrosos a los que se enfrentan las futuras madres en el parto que, pese a ser un problema sorprendentemente común, tiene un nombre poco conocido: acretismo placentario o placenta accreta, que se produce cuando se adhiere de forma excesiva a las paredes del útero.
En el parto normal, la placenta que sostiene el desarrollo fetal durante el embarazo es expulsada poco después del nacimiento del recién nacido. Pero a veces, esta se adhiere tan profundamente al útero de la mujer que no se puede extraer sin causar un sangrado masivo, a veces mortal. En muchos casos, la cirugía de emergencia necesaria para salvar la vida de la madre puede dejarla incapaz de tener más hijos.
Y, sin embargo, muchas personas no han oido hablar del acretismo placentario, a pesar de que el número de mujeres diagnosticadas se ha cuadruplicado desde la década de 1980 a uno de cada 272 nacimientos. Si bien este aumento está asociado con un crecimiento en la tasa de cesáreas, el vínculo sigue sin estar claro.
"Nunca había escuchado la palabra accreta hasta que me ocurrió, y casi no sobrevivo --dice Kristen Terlizzi, quien fundó la Fundación Nacional Accreta con sede en California en 2017--. Disponer de un biomarcador confiable para detectar esto sería increíble y si alguna vez existe una manera de tratarlo de forma proactiva será fantástico".
Ese día lejano puede haberse acercado un paso más gracias a un descubrimiento realizado por científicos de Cincinnati Children's y la Universidad de Cincinnati, en Estados Unidos.
En un estudio, publicado en la revista 'Science Immunology', los coautores describen una conexión sorprendente entre el riesgo de accreta y una mutación genética que impide la formación saludable de células 'asesinas naturales', un tipo de glóbulo blanco que ayuda al cuerpo combatir los tumores cancerosos y las infecciones virales. Más allá de descubrir la conexión, el equipo demostró además, en ratones, que se puede detener el accreta en su desarrollo.
"Este es un gran problema para la salud materna --dice la coautora del estudio, la doctora Helen Jones, experta en investigación de placenta en Cincinnati Children's--. En la actualidad, la única forma de diagnosticar accreta es detectarla en la ecografía a mitad del embarazo, generalmente después de 18 a 20 semanas. Muchas mujeres nunca saben que lo tienen hasta que llegan al hospital y dan a luz".
Si futuros estudios confirman que las mujeres que se enfrentan a accreta también tienen células NK que funcionan mal, puede ser posible prevenir es adherencia extrema y reducir la necesidad de histerectomías que acaben con la fertilidad de la paciente, dice Jones.
Este nuevo hallazgo se remonta a un proyecto de ciencias básicas que había sido dirigido por el doctor Kasper Hoebe, un científico de la División de Inmunobiología Infantil de Cincinnati. Su equipo estaba buscando mutaciones genéticas que pueden afectar a las células NK. Durante este trabajo, Anna Sliz, una estudiante graduada en el laboratorio de Hoebe, se encontró con un problema.
"En una de nuestras colonias, observamos una frecuencia anormalmente alta de madres reproductoras que tienen embarazos fallidos. Cuando intenté cultivar células NK de estos ratones, tendí a tener un rendimiento más bajo en comparación con mis controles de tipo salvaje", explica Sliz.
Hoebe y Sliz consultaron con Jones, quien rápidamente reconoció que las hembras estaban experimentando placentas retenidas con una invasión significativa de trofoblasto, similar a la accreta humana, una condición rara vez vista en ratones. Esto dio pie una nueva investigación.
Pronto, los colaboradores descubrieron que los ratones portaban una mutación en una proteína llamada Gab3, que impedía la expansión normal de las células NK en el útero, por lo que no lograban hacer un trabajo importante: apagar el proceso que permite que el embrión en crecimiento se adhiera a los tejidos dentro del útero.
Este proceso, llamado invasión trofoblasto, normalmente continúa hasta aproximadamente las 20 semanas de embarazo. Pero para las mujeres con accreta, el proceso de invasión continúa mucho más.
"Para que ocurra el desarrollo placentario normal, las células NK deben controlar el crecimiento de las células fetales --dice Hoebe--. Nuestros estudios mostraron que en ausencia de Gab3, la función de las células NK en la placenta se ve afectada, lo que lleva a una invasión excesiva de células fetales en el útero".
Se debe hacer mucha más investigación antes de que las mujeres puedan someterse a pruebas para determinar si tienen células NK defectuosas y si un trasplante de células NK sería seguro y efectivo.
Las células NK se han trasplantado para tratar a personas con ciertas formas de cáncer, pero aún no se conocen los posibles impactos en un embarazo. "Todavía no lo sabemos porque aún necesitamos investigar esto en humanos. Estamos trabajando ahora en una colaboración internacional para tratar de resolverlo", avanza Jones.