MADRID, 16 Oct. (EUROPA PRESS) -
Se quedan despiertos hasta altas horas de la noche, duermen una media de menos de 6,5 horas y rara vez se echan siesta. Así son los patrones de sueño de pueblos tradicionales cuyos estilos de vida se parecen mucho a los de nuestros antepasados evolutivos, según un estudio realizado por investigadores de la Universidad de California-Los Ángeles (UCLA), en Estados Unidos.
HORAS DE SUEÑO
Lo que el equipo encontró entre los hadza de Tanzania, los san de Namibia y los tsimane de Bolivia desafía la sabiduría convencional acerca de los hábitos de sueño de los humanos preindustriales. Los hallazgos, publicados este jueves en la revista 'Current Biology', sugieren que los hábitos de sueño del mundo industrializado no difieren mucho de los que los seres humanos llegaron a tener.
"El argumento siempre ha sido que la vida moderna ha reducido nuestro tiempo de sueño por debajo de la cantidad que dormían nuestros antepasados , pero nuestros datos indican que eso es un mito", afirma Jerome Siegel, líder del equipo de investigación y profesor de Psiquiatría en el Instituto Semel de Neurociencia y Comportamiento Humano de la UCLA.
"Me siento mucho menos inseguro acerca de mis propios hábitos de sueño después de haber encontrado las tendencias que vemos aquí", añade el autor principal Gandhi Yetish, profesor en la Universidad de Nuevo México, en Estados Unidos. Los hallazgos hacen validar algunas ideas comunes sobre el sueño y la salud, entre ellos los beneficios de la luz de la mañana, un dormitorio fresco y un tiempo de levantarse constante.
Una autoridad internacional en el sueño, Siegel es expresidente de la Sociedad de Investigación del Sueño, y durante 40 años ha dirigido un laboratorio de investigación básica del sueño en Los Ángeles. Comenzó a estudiar el sueño entre los pueblos tradicionales hace dos años, pidiendo a los antropólogos que ya iban al campo que llevaran dispositivos de vigilancia especiales que miden los tiempos de sueño y los de vigilia, así como exposición a la luz.
Investigadores del Hunter College de la Universidad de Yale, la Universidad de California de Santa Bárbara y la Universidad de Nuevo México, todas en Estados Unidos, sincronizaron los patrones de sueño entre los hadza, cazadores-recolectores que viven cerca del Parque Nacional del Serengeti, y los tsimane, cazadores y horticultores que viven a lo largo de las estribaciones andinas.
Siegel, ayudado por los contactos conseguidos a través de un colega en la Universidad de Witwatersrand, en Sudáfrica, reunió también mediciones entre los cazadores-recolectores san en el desierto de Kalahari. Además de medir el tiempo y cuándo estos adultos dormían durante el verano y el invierno, Siegel midió su temperatura corporal, la temperatura de su entorno y la cantidad de luz a la que estaban expuestos.
El equipo, que recibió el apoyo de UCLA, el Instituto Nacional de Salud estadounidense y la Fundación Nacional de Investigación de Sudáfrica, recopiló registros del sueño de 94 adultos durante un total de 1.165 días. Según sus autores, se trata del primero análisis de los hábitos de sueño de las personas que mantienen una alimentación y estilos de vida tradicionales de caza a día de hoy.
Un mito disipado por los resultados es que en épocas anteriores los individuos se iban a la cama con la puesta del sol, puesto que los sujetos del estudio permanecieron despiertos una media de 3 horas y 20 minutos después de que el sol se pusiera.
"El hecho de que todos nos quedamos hasta horas después de la puesta del sol es absolutamente normal y no parece ser un nuevo desarrollo, aunque las luces eléctricas pueden haber ampliado aún más este periodo de vigilia natural", explica Siegel, tabmién jefe de investigación de Neurobiología en 'Veteran Affairs of Greater Los Angeles Health Care System'.
La mayoría de las personas estudiadas por el equipo de Siegel dormían menos de siete horas cada noche, registrando un promedio de seis horas y 25 minutos. Esta cantidad está en el extremo inferior de los promedios del sueño documentados entre los adultos en las sociedades industrializadas de Europa y América.
"Hay una expectativa de que todos deberíamos estar durmiendo ocho o nueve horas durante la noche y que si las personas se distanciaran más de la tecnología moderna dormirían más", recuerda Yetish, que pasó diez meses con los tsimane. "Pero ahora, por primera vez, estamos demostrando que no es cierto", matiza.
No hay evidencia de que estos patrones de sueño influyeran negativamente en la salud de las personas. De hecho, los análisis llevados a cabo han revelado que estos grupos tienen niveles más bajos de obesidad, presión arterial y aterosclerosis que las personas en las sociedades industrializadas y mayores niveles de aptitud física.
La cantidad que dormían varió con las estaciones del año, con los sujetos de la investigación destinando a dormir un promedio de seis horas en verano y un poco menos de siete horas en invierno. Sin embargo, rara vez se echaban siestas.
"Hay un mito que los humanos solía tomar siestas diarias, pero que ahora --porque estamos tan ocupados y no podemos volver a nuestros hogares-- suprimimos las siestas -destaca Siegel--. De hecho, la siesta, es relativamente poco frecuente en estos grupos".
Una historia reciente sugiere que los humanos evolucionaron hasta dormir en dos turnos, una práctica crónica en documentos europeos tempranos. Pero los participantes analizados por el equipo de Siegel raramente se despertaron durante mucho tiempo después de ir a dormir.
Siegel achaca la discrepancia entre sus resultados y los registros históricos a una diferencia en las latitudes. Los grupos de personas que estudiaron vivían cerca del ecuador, como lo hicieron nuestros primeros ancestros; por el contrario, los primeros europeos emigraron desde el ecuador a latitudes con noches mucho más largas, que pueden haber alterado los patrones de sueño natural, señala.
"En lugar de decir que la cultura moderna ha interferido en el periodo de sueño natural, éste es un caso en el que la cultura moderna, con su luz eléctrica y control de temperatura, fue capaz de restablecer el periodo natural del sueño, que es un periodo único en humanos tradicionales hoy y, por lo tanto, probablemente, en nuestros ancestros evolutivos", agrega Siegel.
El insomnio era tan raro entre los estudiados que los san y los tsimane no tienen el trastorno, que afecta a más del 20 por ciento los estadounidenses. La razón puede tener que ver con la temperatura del sueño, ya que los individuos analizados dormían sistemáticamente durante el periodo nocturno de disminución de la temperatura ambiente, según Siegel.
Invariablemente, se despertaron cuando las temperaturas, después de haber caído durante toda la noche, alcanzaron el punto más bajo en el período de 24 horas, incluso cuando la temperatura más baja se produjo después del amanecer. El patrón resultó en aproximadamente la misma hora del despertador cada mañana, un hábito fuertemente recomendado para el tratamiento de los trastornos del sueño.
"En la mayoría de los ambientes modernos, las personas están durmiendo con una temperatura fija, incluso aunque se reduzcan los niveles durante el día", dice Siegel. "Es muy posible que la caída de la temperatura ambiental sea parte integral de controlar el sueño en los seres humanos", plantea.
Los científicos se sorprendieron al encontrar que los tres grupos estaban expuestos a la luz máxima de la mañana, lo que sugiere que la luz de la mañana puede tener el papel más importante en la regulación del estado de ánimo y el núcleo supraquiasmático, un grupo de neuronas que sirven como el reloj del cerebro.
La luz de la mañana es singularmente eficaz en el tratamiento de la depresión. "Muchos de nosotros podemos estar sufriendo por la interrupción de este antiguo patrón", concluye Siegel.