MADRID, 25 Jun. (EUROPA PRESS) -
Un estudio de un equipo de investigación dirigido por el Hospital General Infantil de Massachusetts (MGHfC), en Estados Unidos, descubrió que tanto la cantidad como la calidad del sueño (la cantidad de tiempo que se pasa durmiendo y el porcentaje de sueño inalterado) en los adolescentes tiene efectos significativos en los aspectos de la salud cardiovascular, como la presión arterial, los niveles de colesterol y la deposición de grasa abdominal, según se informa en la edición digital de 'Pediatrics'.
"Aunque muchos estudios han asociado una menor duración del sueño con mayores niveles de obesidad en niños, pocos han examinado los efectos sobre otros factores de riesgo, como la presión arterial, los lípidos sanguíneos y el metabolismo de la glucosa", dice Elsie Taveras, jefa de la División de Pediatría Académica General de MGHfC y autora principal del artículo.
"Una fortaleza adicional de nuestro estudio es que confiamos en una medición objetiva del sueño, en contraste con los informes subjetivos de padres o niños que pueden ser menos precisos, y que también es uno de los primeros en centrarse en la adolescencia temprana: un periodo de desarrollo con cambios biológicos dramáticos en el sueño, una alta incidencia de sueño inadecuado y la aparición de factores de riesgo cardiovascular", añade.
El estudio es el último informe del Proyecto Viva, un estudio a largo plazo con sede en el 'Harvard Pilgrim Health Care Institute' de más de 2.000 mujeres y sus hijos que se inscribieron entre 1999 y 2002. Se ha seguido regularmente a los participantes del estudio durante las pasadas dos décadas, con informes periódicos de factores relacionados con el desarrollo de los niños y su salud física y mental. Taveras ha dirigido varios estudios de Project Viva que examinan aspectos del sueño, incluido su impacto en la grasa corporal y la obesidad en los niños, y cómo la duración del sueño se ve alterada por la televisión.
El estudio actual informa los resultados de 829 participantes en el análisis de adolescentes que, junto con una evaluación realizada en una visita en persona, tenían su sueño nocturno y actividad física diaria medida durante entre 7 a 10 días mediante actigrafía, que registra el movimiento físico con un dispositivo usado en la muñeca.
SÓLO EL 2 POR CIENTO DUERME EL TIEMPO RECOMENDADO
Los participantes, que tenían un promedio de alrededor de 13 años de edad, también completaron registros de sueño escritos. Además de la duración del sueño --la cantidad de tiempo que se duerme durante la noche-- la actigrafía también midió la eficiencia del sueño, el porcentaje de tiempo durante el periodo de sueño nocturno en el que realmente se está dormido, una indicación de la calidad y la continuidad del sueño.
Los resultados mostraron que la duración promedio del sueño para todos los participantes fue de 441 minutos o 7,35 horas por día; y solo el 2,2 por ciento cumplió o excedió la duración promedio de sueño recomendada para su grupo de edad: 9 horas por día para las edades de 11 a 13 años y 8 horas por día a las edades de 14 a 17. La duración del sueño de menos de 7 horas se encontró en el 31 por ciento de participantes, y más del 58 por ciento tenía una eficiencia de sueño inferior al 85 por ciento que se considera suficiente para los adultos.
Tanto la duración del sueño más corta como la menor eficiencia del sueño se vincularon con mayores niveles de deposición de grasa total y abdominal, asociaciones que persistieron después de ajustes por actividad física, visualización de televisión y consumo de comidas rápidas o bebidas endulzadas. Una mayor duración del sueño y una mayor eficiencia se vincularon con reducciones en el riesgo cardiometabólico, en función de factores como una menor circunferencia de la cintura, una menor presión arterial sistólica y niveles más altos de colesterol HDL.
La mayoría de esas asociaciones también persistió después de ajustar por los factores mencionados anteriormente. "La cantidad y la calidad del sueño son pilares de la salud junto con la dieta y la actividad física", dice la autora líder Elizabeth Cespedes Feliciano, anteriormente en la Escuela de Salud Pública T.H. Chan de la Universidad de Harvard y ahora en la División de Investigación de Kaiser Permanente del Norte de California, Estados Unidos.
"Los pediatras deben saber que la mala calidad del sueño (despertares frecuentes y no solo la duración insuficiente del sueño) se vincula con un mayor riesgo cardiometabólico. Mientras que varios ensayos intentaron prolongar la duración del sueño, pocos se centraron en la eficiencia del sueño y otros aspectos de la calidad del sueño. Sabemos que el ejercicio mejora la eficiencia del sueño en los adultos y que el tiempo que pasan frente a las pantallas lo disminuye en los niños, por lo que las medidas preventivas deben apuntar a esos y otros factores como el estrés, el ruido y el consumo de cafeína", subraya.