MADRID, 6 Jun. (EUROPA PRESS) -
Un nuevo estudio publicado en la revista 'Environmental Health Perspectives' describe cómo la exposición a la contaminación del aire en una etapa temprana de la vida produce un cambio perjudicial en el cerebro de ratones, incluyendo una ampliación de parte del cerebro que se ve en los seres humanos que padecen autismo y esquizofrenia. Al igual que en estas patologías, el intercambio se produjo principalmente en los machos y los roedores también se desenvolvieron mal en pruebas de memoria a corto plazo, capacidad de aprendizaje e impulsividad.
Los nuevos hallazgos son consistentes con varios estudios recientes que han demostrado un vínculo entre la contaminación del aire y el autismo en los niños. En particular, un estudio de 2013 en la revista 'JAMA Psychiatry' informó que los niños que vivían en zonas con altos niveles de contaminación del aire relacionada con el tráfico durante su primer año de vida fueron tres veces más propensos a desarrollar autismo.
"Nuestros resultados se suman a la creciente evidencia de que la contaminación del aire juega un papel en el autismo yen otros trastornos del desarrollo neurológico", dice la autora principal, Deborah Cory-Slechta, profesora de Medicina Ambiental de la Universidad de Rochester, en Nueva York, Estados Unidos.
En tres series de experimentos, Cory-Slechta y sus colegas expusieron a ratones a los niveles de contaminación del aire que se encuentran típicamente en las ciudades medianas estadounidenses en la hora punta. Las exposiciones se realizaron en las dos primeras semanas del nacimiento, un momento crítico en el desarrollo del cerebro, exponiendo a los ratones a aire contaminado durante cuatro horas cada día en dos periodos de cuatro días.
En un grupo de ratones, se examinaron los cerebros en las 24 últimas horas de la exposición efectiva a la contaminación, detectando que se desató una inflamación en todo el cerebro y que los ventrículos laterales, espacios a cada lado del cerebro que contienen el líquido cefalorraquídeo, aumentaron entre dos y tres veces su tamaño normal.
"Cuando observamos de cerca los ventrículos, pudimos ver que la sustancia blanca que los rodea no se había desarrollado completamente -detalla Cory-Slechta-- Parece que la inflamación había dañado las células del cerebro e impedido a esa área del cerebro desarrollarse y los ventrículos simplemente se expandieron para llenar el espacio".
También se observó este problema en un segundo grupo de ratones 40 días después de la exposición a la contaminación y en otro grupo 270 días tras la exposición, lo que indica que el daño en el cerebro era permanente. Los cerebros de los roedores de los tres grupos tenían elevados niveles de glutamato, un neurotransmisor, como se ve en los seres humanos con autismo y esquizofrenia.
La mayor parte de la contaminación del aire se compone de partículas de carbón, principalmente, que se producen cuando el combustible se quema en las centrales eléctricas, fábricas y coches. Durante décadas, la investigación sobre los efectos sanitarios de la contaminación del aire se ha centrado en la parte del cuerpo donde sus efectos más son obvios, los pulmones.
Esta investigación empieza a mostrar que los diferentes tamaños de partículas producen efectos diferentes: las más grandes, las reguladas por la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos, son en realidad las menos dañinas porque al toser se expulsan.
Pero muchos investigadores creen que las partículas más pequeñas, conocidas como ultrafinas, que no están reguladas por la EPA, son más peligrosas porque son lo suficientemente pequeñas para viajar profundamente a los pulmones y ser absorbidas en el torrente sanguíneo, donde pueden producir efectos tóxicos a lo largo de cuerpo.
Esa suposición llevó a Cory-Slechta a diseñar un conjunto de experimentos para mostrar si esas partículas ultrafinas tienen un efecto perjudicial sobre el cerebro, y si es así, revelar el mecanismo por el que infligen daño. "Creo que estos resultados van a plantear nuevas cuestiones acerca de si las normas reguladoras vigentes para la calidad del aire son suficientes para proteger a nuestros niños", concluye.