MADRID, 2 Sep. (EDIZIONES) -
Sentir demasiado o no expresar nada: ambos extremos dañan la salud. La desregulación emocional no solo altera nuestro bienestar psicológico, también impacta en el cuerpo con síntomas como insomnio, contracturas, problemas digestivos o caída del cabello. Estudios recientes demuestran que el cerebro que regula las emociones también controla la inflamación, lo que explica por qué reprimir -o sobrerreaccionar- puede enfermarnos.
Según nos explica durante una entrevista con Europa Press Salud Infosalus Natalia Seijo, directora de NS Centro de Psicoterapia y rauma en Ferro-A Coruña, y profesora asociada en el máster de Psicoterapia EMDR en Trastornos Psicosomáticos de la UNED, las emociones tienen un efecto directo sobre nuestro cuerpo, tanto cuando las reprimimos o bloqueamos, como cuando las expresamos en exceso.
"Aunque suele pensarse que lo más dañino es guardarnos las emociones, lo cierto es que también la sobrerreacción emocional y la dificultad para modular lo que sentimos pueden afectar a nuestro equilibrio físico", advierte esta experta.
CUANDO EL CUERPO EMPIEZA A RESENTIRSE
Este fenómeno se conoce como 'desregulación emocional', y tiene lugar, tal y como apunta, cuando las emociones no están reguladas, y sentimos que no hay manera de estar en paz o tranquilos. "Nos alteramos con facilidad, aumenta la irritabilidad, dormimos peor, y nos sentimos más vulnerables. Si esta desregulación se mantiene en el tiempo, el cuerpo empieza a resentirse", advierte esta psicóloga.
De hecho, indica que hay estudios científicos que muestran que la zona cerebral encargada de regular las emociones también regula indicadores de inflamación. "Por tanto, cuando las emociones no están bien compensadas, contribuyen a estados inflamatorios y a una peor salud general", agrega Natalia Seijo.
SOMATIZACIÓN: CUANDO LA EMOCIÓN SE EXPRESA EN EL CUERPO
Así, aclara que "no siempre es fácil distinguir cuándo un síntoma es médico o cuándo es somatización", si bien considera que una clave importante es observar nuestro estado emocional: "Cuando la causa física es identificable y puede confirmarse con pruebas médicas objetivas como resonancias, analíticas, y hay una manera previsible de evolución según los síntomas hablamos de 'síntomas médicos'".
Sin embargo, según prosigue, cuando es psicosomático no aparece ninguna alteración médica clara en las pruebas, aunque el malestar es real.
"Fluctúa según el estado emocional, empeora con la tensión, la tristeza, con el cansancio y, por el contrario, puede mejorar en contextos de calma y de mayor serenidad. Además, suele ser recurrente y cambiante apareciendo en diferentes partes del cuerpo", apostilla.
LAS SOMATIZACIONES Y LAS DEFENSAS PSICOLÓGICAS
Es por ello por lo que Natalia Seijo reconoce que "somatizar es natural" y que el cuerpo refleja cómo nos relacionamos con el entorno y nos avisa de cuando no estamos en equilibrio interno (homeostasis). "Las somatizaciones más frecuentes incluyen caída del cabello, problemas de piel (dermatitis), trastornos digestivos, dolores de estómago, o contracturas musculares".
Aquí es donde entran en juego también, según recuerda Seijo, las 'defensas psicológicas', una serie de mecanismos que desarrollamos a lo largo de la vida para protegernos del dolor emocional. "Algunas son muy primitivas, ligadas a la supervivencia, como la huida, la lucha, o la congelación (también presentes en los animales). Estas respuestas aparecen especialmente en situaciones de trauma o de amenaza vital", mantiene la psicóloga.
Aunque cumplen una función protectora, sostiene que, en ocasiones, las defensas pueden impedirnos reconocer y procesar nuestras huellas emocionales. "De ahí, la importancia del trabajo en psicoterapia: identificar esas defensas, comprender el origen de nuestras heridas emocionales y aprender a validarnos. Sólo así podemos integrar nuestra experiencia y reducir la tendencia psicosomática que afecta a la salud física y emocional", agrega.
EL PAPEL DE LA CRIANZA Y LA VALIDACIÓN EMOCIONAL
Es en este contexto donde hablamos de la salud emocional, de cómo se forja, recordando esta experta que la manera en la que aprendemos a relacionarnos con nuestras emociones depende en gran parte de la crianza y de nuestras figuras de apego: "Si en la infancia recibimos validación ('está bien que te sientas triste', o 'es normal que llores'), aprendemos a aceptar lo que sentimos sin juzgarnos, lo cual nos protege frente a la somatización".
Por el contrario, lamenta Natalia Seijo que si nuestras emociones fueron invalidadas ('no llores', 'eso no es nada') aprendemos a ocultarlas o a negarlas. "Esto puede generar una huella interna que más adelante se traduce en somatización, en sentimientos de humillación, o en dificultades para expresar nuestro malestar", resalta.