MADRID, 23 Oct. (EUROPA PRESS) -
En las fases crónicas, los sistemas formales sanitarios y sociales participan de una forma minoritaria en los cuidados continuados de las personas que han sufrido ictus y que son total o parcialmente dependientes, explica el director médico del Instituto de Rehabilitación Neurológica NeuroMadrid, Luis Gangoiti.
Un estudio del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), liderado por la catedrática de Sociología María Ángeles Durán, cifra en un 80 por ciento los pacientes de ictus con secuelas graves o severas que requieren ayuda para realizar las actividades de la vida cotidiana. Estos pacientes no pueden quedarse solos más de una o dos horas al día, por lo que los cuidadores principales "tienen que trasladarse al domicilio del enfermo o bien acogerlo en su propio hogar", señala el experto.
En la mayor parte de los casos la prestación de estos cuidados, argumenta, se realiza por parte de la familia, los amigos, los vecinos u otras personas que "no reciben ninguna contribución económica por la ayuda que proporcionan". Este sistema no remunerado de cuidados está basado en las relaciones de amistad o parentesco, y "suele interpretarse como un recurso carente de valor". Al realizarse en el ámbito de la vivienda familiar, "se asume como parte de las denominadas tareas domésticas", asociándose con un determinado rol de género que "afecta fundamentalmente a las mujeres", apunta el experto.
Así, "existen casi 130.000 pacientes que tienen una persona a su cuidado tras un ictus y el número de cuidadores informales, que no reciben prestación monetaria por sus servicios, se estima en casi 115.000", matiza.
Se trata, a su juicio, de un "sistema invisible de atención a la dependencia" que complica el análisis profesional de sus costes, ya que "apenas hay estudios en la literatura médica que calculen el tiempo de cuidado informal y su coste en los pacientes con ictus".
UN TERCIO DE LOS CUIDADORES ACABA SUFRIENDO DEPRESIÓN O ANSIEDAD
Además, este cuidador "termina sufriendo un agotamiento físico y psicológico máximo porque se reduce su tiempo de descanso". Esta situación, denominada "síndrome de sobrecarga del cuidador", concluye con "un tercio de los mismos bajo tratamiento farmacológico y psiquiátrico por ansiedad y depresión".
Para el doctor Gangoiti, la mejor alternativa, una vez se ha producido el ictus, es tratar de minimizar sus consecuencias. Por ello, en NeuroMadrid se utiliza la "neurorrehabilitación como proceso activo en el que el uso combinado de medidas médicas terapéuticas, sociales, psicológicas, educativas y vocacionales".
Estas medidas están orientadas a "recuperar y/o compensar" las capacidades funcionales alteradas, "mejorar" la autonomía personal del daño cerebral y, de este modo, "conseguir la mejor integración familiar, socioeconómica, escolar y laboral del lesionado y de su entorno, con el fin de aumentar su calidad de vida", detalla.
Los avances en el ámbito de la neurorrehabilitación han venido de la mano de las nuevas tecnologías, lo que "ha abierto una puerta a la mejora de técnicas ya existentes y ha permitido el desarrollo de otras más innovadoras". Destacan, por ejemplo, las técnicas aplicadas al reaprendizaje motor orientado a tareas específicas, que "requieren volver a enseñar al paciente estrategias eficaces para conseguir movimientos funcionales adaptados al entorno", explica.