MADRID, 23 May. (EUROPA PRESS) -
El diagnóstico de las enfermedades inflamatorias intestinales, tanto la enfermedad de Crohn como la colitis ulcerosa, suele ser lento y se calcula que hasta el 45 por ciento de los pacientes tardan más de un año en ser diagnosticados, mientras que hasta en un 17 por ciento se demoran durante más de cinco años.
Esto se debe, según ha explicado la Fundación Española de Aparato Digestivo (FEAD) con motivo del Día Mundial de la Salud Digestiva que se celebra el 29 de mayo, a que ambas patologías se caracterizan por alternar brotes con períodos de inactividad o remisión, lo que complica y retrasa el diagnóstico de la enfermedad y conlleva que el enfermo se acostumbre al deterioro de su calidad de vida, sufriendo.
El intestino se inflama y generalmente ello supone la aparición de áreas edematosas y ulceradas, lo que provoca enfermedades extra digestivas asociadas a la piel, las articulaciones y los ojos. Además, uno de cada tres pacientes tiene afectados órganos que no son digestivos.
Además, otro de los handicap de estas patologías es que la población, en general, tiene un "gran desconocimiento" de la estas patologías, ha señalado Yago González Lama, responsable del Comité de Relaciones Institucionales de la FEAD, a pesar de que suele afectar a gente joven en plena formación personal y profesional.
En España este dato es especialmente significativo porque más de la mitad de los pacientes se encuentran en un rango de edad de entre 20 a 39 años, lo que tiene un gran impacto porque influye negativamente en su día a día.
Entre los síntomas están la diarrea, en muchas ocasiones con sangre, los vómitos, la anemia, la fatiga, la astenia y dolor abdominal, y quién la sufre se ve limitado para llevar a cabo su vida diaria con normalidad.
LA ENFERMEDAD DE LA "PÉRDIDA DE OPORTUNIDADES"
"Es la enfermedad de la pérdida de oportunidades", describe este experto, ya que "muchos pacientes no pueden realizar las actividades más comunes en la vida diaria e impacta tanto en la situación personal, laboral y social de los afectados, como en la de quienes conviven con ellos".
Además muchos tratamientos incluyen medicamentos inmunomoduladores (inmunosupresores) que pueden conllevar riesgos y efectos secundarios. Las principales preocupaciones de quienes la sufren incluyen la incertidumbre acerca del futuro de la enfermedad, la sensación de inseguridad provocada por los síntomas y el temor a una más que probable intervención quirúrgica.
Los enfermos también padecen la sensación de incomprensión por el desconocimiento social de la patología, y se calcula que tres cuartas partes de los enfermos se han sentido deprimidos en algún momento a causa de su enfermedad.
"Sus síntomas y cómo afectan al estado de ánimo pueden llevar a la falsa creencia de que se trata de una enfermedad psicológica o psicosomática, nada más lejos de la realidad. Además no tiene nada que ver con los hábitos alimentarios del paciente", ha reconocido este experto.