MADRID, 13 Mar. (EUROPA PRESS) -
La segunda hija de Raquel García y José Luis García-Arcicollar nació muerta el 18 de marzo de 2003 en el hospital Severo Ochoa de Leganés (Madrid) porque los médicos que la trataron no le prestaron la atención suficiente a la fase final de un embarazo que había sido de riesgo, y por ello, recibirán 60.000 euros en concepto de indemnización.
Así lo ha decidido el Tribunal Superior de Justicia de Madrid en la sentencia que condena al Servicio Madrileño de Salud (SERMAS) a hacerse cargo de dicho pago, tras haber presentado los padres una denuncia tramitada a través del abogado de la asociación del Defensor del Paciente, Carlos Sardinero.
La primera en darse cuenta de que algo marchaba mal fue Raquel. Desde que su embarazo cumplió los siete meses, le prescribieron reposo y revisiones periódicas, porque exisitían ciertos riesgos para el feto, pero ella ya tenía la experiencia de su primera hija, que fue similar, y en donde el desenlace fue feliz.
Cuando cumplió los nueve meses de gestación, le programaron la cesárea para el 18 de marzo. Raquel llegó el día anterior por la tarde al hospital para realizar el ingreso, y entonces le hicieron la primera monitorización. "Yo sabía que algo no iba bien, porque suelen tardar unos 20 minutos, y a mí me tuvieron 80", recordó Raquel.
40 MINUTOS
Efectivamente, estaba en lo cierto. Durante ese tiempo, se contabilizaron tres caídas del ritmo cardíaco del bebé. Por ello, los facultativos optaron por realizar una segunda prueba, de 40 minutos, donde volvió a registrarse una nueva anomalía.
A pesar de ello, el médico encargado de revisar los resultados consideró que el problema estaba superado y que la paciente podía ser subida a planta, a la espera de que se realizase la cesárea al día siguiente, tal como estaba previsto.
Durante la noche, Raquel se despertó en varias ocasiones. Le resultaba extraño que la niña apenas se moviese, y también se notaba la tripa "diferente, como más blanda". Al consultarle estas sensaciones a una de las enfermeras, la respuesta de ésta fue 'que estuviese tranquila, que los fetos también dormían', y que 'todo era normal'.
Aunque la explicación no terminaba de convencer a Raquel, esperó a que llegase la hora de prepararse para bajar al quirófano. Al llegar allí, sí le transmitió a la doctora encargada de la operación estas sensaciones, pero ésta decidió continuar con lo previsto e iniciar la cesárea.
A la paciente se le administró la epidural, pero empezó a ponerse nerviosa al ver que una intervención que, en principio, iba a ser rápida, se demoraba sin que nadie le explicase lo que sucedía. Fue entonces cuando la sedaron, y Raquel ya no supo lo que había pasado hasta que se encontró en reanimación.
UNA LIGADURA DE TROMPAS QUE YA NO DESEABAN
Raquel y su marido habían decidido que tras el nacimiento de esta niña no tendrían más hijos. Por eso, tras la cesárea, aprovecharían la operación para que la madre se realizase una ligadura de trompas.
Cuando el bebé nació muerto, los médicos del quirófano avisaron a un pediatra para que iniciase maniobras de reanimación, y ellos, por su parte, prosiguieron con la ligadura de trompas.
José Luis esperaba noticias en la sala de espera, cuando una enfermera se presentó allí, --pero a título personal-- y le avisó de que la niña había fallecido y de que estaban procediendo a ligar las trompas de su mujer.
Gracias a esa enfermera, a la que el matrimonio guarda un enorme agradecimiento, José Luis consiguió que la intervención se detuviese cuando sólo habían ligado una de las trompas. De no haber sido así, Raquel y su marido no hubiesen podido tener más hijos. Por suerte, no fue así, y ahora tienen otra hija de tres años.
LA NIÑA LLEVABA MUERTA AL MENOS, SEIS HORAS
Las maniobras de reanimación al bebé no dieron resultados. El pediatra que se encargó de ello, tras un primer intento, se percató de que la maceración y pérdida de sustancia que presentaba el feto ponían de manifiesto que el fallecimiento se había producido, al menos, seis horas antes de la cesárea. Sólo pudo certificar la muerte.
Al saber de la muerte de la pequeña, Raquel no pudo evitar el sentirse culpable. "Pensaba que tenía que haberle insistido más a la enfermera", dijo, pero el reconocimiento por parte del Jefe de Obstetricia de que, con los datos de los dos registros efectuados en el ingreso, él hubiese optado por practicar una cesárea de urgencia, le hizo darse cuenta de que los médicos no habían actuado correctamente.
"Me dijo que el facultativo que estaba en ese momento no lo decidió así y que había que conformarse con la decisión, pero yo le dije que no podía porque no era la acertada y mi hija había muerto", afirmó.
Y no se conformaron. Presentaron una denuncia que han ganado, y con la que sienten que le han hecho "justicia" a su hija. "Me siento bien porque quería hacerle justicia a mi hija, ya que ella no está aquí, por lo menos que se reconozca que no tuvo su derecho a vivir porque unas personas actuaron mal", concluyó Raquel.