MADRID 16 Jun. (EUROPA PRESS) -
Científicos de la Red de Investigación Cardiovascular (RECAVA), perteneciente al Instituto de Salud Carlos III, han descubierto que el riesgo de padecer un endurecimiento de las arterias, lo que se conoce como arterioesclerosis, depende del comportamiento del gen ARF, según publica en su último número la revista 'The Journal of The American College of Cardiology'.
Aunque detrás del desarrollo de esta patología hay un fuerte componente ambiental, se estima que el 50 por ciento de la susceptibilidad a padecer arteriosclerosis y enfermedad cardiovascular asociada tiene una base genética.
En este sentido, la investigación de la RECAVA ha demostrado cómo la disrupción del gen ARF acelera el desarrollo de la arteriosclerosis, al tiempo también se ha comprobado que el empeoramiento de la enfermedad se asocia con tasas menores de muerte por apoptosis o autosuicidio programado de ciertas células, concretamente macrófagos y miocitos lisos vasculares, muy abundantes en la placa de ateroma y que contribuyen significativamente al desarrollo de la enfermedad.
Hasta ahora estudios recientes habían identificado diversos polimorfismos de base única, es decir, diversas variantes genéticas comunes, que localizadas en el cromosoma '9p21' se asocian con un mayor riesgo de padecer arteriosclerosis coronaria e infarto de miocardio.
Se trata de una asociación muy robusta, altamente reproducible e independiente de factores de riesgo cardiovascular "clásicos", como dislipidemia, hipertensión, diabetes u obesidad. De hecho, estas investigaciones sugerían que estas variantes genéticas del cromosoma '9p21' asociadas a riesgo de enfermedad cardiovascular podían afectar al desarrollo de la lesión ateromatosa disminuyendo los niveles de expresión de los genes INK4 y ARF, pero hasta ahora nunca se había demostrado que existiera tal relación causa-efecto.
Para responder a esta incógnita, el equipo de la RECAVA investigó las consecuencias de eliminar el gen ARF sobre el desarrollo de la arteriosclerosis en ratones modificados genéticamente. Los resultados de este estudio, realizado por el equipo de la doctora María Jesús Andrés en el Instituto de Biomedicina de Valencia (CSIC) y en el Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC) demuestran que la disrupción del gen ARF acelera el desarrollo de la arteriosclerosis sin afectar a los niveles de lípidos en plasma.
Este efecto proaterogénico asociado a la ausencia de ARF se observa exclusivamente en regiones de la aorta altamente susceptibles a desarrollar placa de ateroma y no en zonas poco aterogénicas, sugiriendo que ARF afecta principalmente a la progresión pero no al inicio de la lesión ateromatosa.
Se estima que aproximadamente un 25 por ciento de la población es portadora de dos copias de los alelos de riesgo en el cromosoma '9p21' donde se ubica el ARF, y que su riesgo de padecer arteriosclerosis es 1,5 veces superior en comparación con individuos no portadores.
Además, según señala el profesor Rainer Wessely, en un comentario adicional en la misma revista, estudios como este pueden facilitar tanto el desarrollo de nuevas herramientas para el diagnóstico precoz de individuos con alto riesgo cardiovascular, como la identificación de objetivos terapéuticos para combatir la causa principal de mortalidad y discapacidad en nuestras sociedades.