MADRID 28 Jun. (EUROPA PRESS) -
La esperanza de vida de las personas con esquizofrenia es entre 10 y 20 años menor que la de la población general, aunque su pronóstico depende del tiempo de evolución del trastorno sin tratamiento y, por tanto, de la rapidez del diagnóstico. El problema es que, pese a que las primeras manifestaciones suelen aparecer en la infancia o en la adolescencia, la edad media del diagnóstico son los 25 años.
Estas son algunas de las conclusiones que se han destacado del I Foro Internacional Nuevos Abordajes en el Tratamiento de la Esquizofrenia, que celebra el Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental (CIBERSAM) estos días en Madrid, y que cuenta con el aval de la Sociedad Española de Psiquiatría (SEP) y la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica (SEPB) y con el apoyo de Roche Farma.
Durante el encuentro ha quedado patente que la esquizofrenia es uno de los trastornos mentales más graves e incapacitantes y tiene un enorme impacto en la calidad de vida de los pacientes y en la de sus familiares y cuidadores. "El coste socioeconómico de esta enfermedad se traduce en gastos derivados de la atención médica y pérdida de productividad laboral de los afectados y sus familiares", ha destacado el doctor Celso Arango, director científico de CIBERSAM.
El tiempo medio entre la aparición de síntomas y el diagnóstico es de más de 2 años; y para su tratamiento, actualmente, sólo se cuenta con fármacos eficaces para parte de los síntomas del trastorno como los delirios o las alucinaciones, pero no para otros tan importantes como la apatía, la asocialidad o los problemas cognitivos.
Lo cierto es que algunos de los síntomas relacionados con la enfermedad aparecen a edades tempranas, pero su diagnóstico no se produce hasta varios años más tarde, en gran medida por la estigmatización de la enfermedad mental; el miedo de los padres al rechazo social o, simplemente, la confusión entre las primeras manifestaciones con los efectos provocados del consumo de alcohol y de sustancias tóxicas.
La edad media del primer diagnóstico suele darse a los 25 años y del mismo modo que los familiares aplazan la consulta con el psiquiatra, el tratamiento también se demora hasta muchos años después.
"En esta patología, como en el resto de la psiquiatría, es fundamental el diagnóstico precoz y la intervención temprana", afirma Arango, quien destaca que "muchos de los antipsicóticos utilizados en los adultos pueden ser utilizados en los niños y están revelando su eficacia".
"De cara a reducir el impacto funcional de la enfermedad, es necesario otro tipo de intervenciones, como ajustes en los programas educativos y psicoeducación para desarrollar habilidades sociales o hacer y mantener amistades y entrenar la tolerancia a la frustración", añade.
HASTA EL 80% PUEDE RESPONDER A UN FACTOR GENÉTICO
La esquizofrenia se ha asociado tradicionalmente a la desconexión y a la confusión de la realidad. Los delirios, las alucinaciones y las alteraciones del pensamiento son los síntomas más visibles, pero no son los únicos ni los más importantes.
Estos pacientes expresan cierta pobreza afectiva, apatía, desinterés e insociabilidad y/o problemas en la concentración y en la atención, que les obligan a vivir al margen de la sociedad, impidiéndoles llevar una vida normal.
Entre el 60 y el 80 por ciento de los casos responden a un factor genético, pero no es el único desencadenante. Estudios epidemiológicos recientes relacionan la enfermedad con causas ambientales, como la urbanicidad, la exclusión social o la inmigración.
Hasta ahora, el tratamiento farmacológico de la esquizofrenia se centraba sobre todo en abordar los síntomas positivos y la prevención de recaídas. Con los nuevos fármacos antipsicóticos, señala el doctor Arango, "hemos variado en el perfil de efectos secundarios, pero a excepción de la clozapina, no hemos mejorado la eficacia antipsicótica en más de sesenta años de síntesis de nuevas moléculas antipsicóticas, con un mecanismo de acción antidopaminérgico".
Son varios los fármacos actualmente en desarrollo, con innovadores mecanismos de acción, que aspiran a modificar y mejorar la manera en que se trate a los pacientes. Las nuevas líneas de investigación trabajan con moléculas potencialmente eficaces para frenar los síntomas negativos y los relacionados con los déficits cognitivos. Algunas de ellas podrían mejorar esos síntomas negativos apenas considerados hasta ahora y combinarse con terapias estándar, contribuyendo a asentar un abordaje integral de la enfermedad.