MADRID 23 May. (EUROPA PRESS) -
Una intervención de adaptación al gusto reduce el consumo de sal y aumenta el disfrute de una dieta restringida en sodio en pacientes con hipertensión, según un pequeño estudio presentado en el Congreso ACNAP-EuroHeartCare 2022, el congreso científico de la Sociedad Europea de Cardiología (ESC).
"Uno de los principales obstáculos para seguir una dieta baja en sal es que a la gente no le gusta el sabor, pero pocos estudios han abordado esta cuestión --explica el autor del estudio, el profesor Misook Chung, de la Universidad de Kentucky (Estados Unidos)--. Nuestro estudio piloto en pacientes con hipertensión muestra que es posible cambiar la percepción del sabor y aprender a que nos guste la comida con menos sal".
La hipertensión afecta a más de mil millones de personas en todo el mundo y es la principal causa mundial de muerte prematura. Se recomienda un estilo de vida saludable, que incluya la restricción de sal, para retrasar la necesidad de tomar fármacos para reducir la presión arterial o complementar sus efectos. Sin embargo, los beneficios de la reducción de la ingesta de sodio sobre la presión arterial tienden a disminuir con el tiempo, en parte debido a la escasa adherencia.
Los investigadores desarrollaron el Programa de Vigilancia del Sodio - Hipertensión (SWaP-HTN) para la adaptación gradual del gusto a los alimentos bajos en sal. Este estudio examinó sus efectos a corto plazo sobre la ingesta de sodio, la presión arterial, la preferencia por los alimentos salados y el disfrute de una dieta restringida en sodio.
Un total de 29 adultos con hipertensión fueron asignados aleatoriamente a la intervención o a la atención habitual en una proporción de 2:1. Los participantes del grupo de atención habitual recibieron atención médica y de enfermería de rutina para la hipertensión, incluyendo el consejo de seguir una dieta restringida en sodio y tomar los medicamentos prescritos.
El grupo de intervención recibió 16 semanas de educación y seguimiento con una enfermera del estudio a través de una videollamada en una tableta. Las sesiones se celebraron semanalmente durante seis semanas, y luego cada dos semanas durante 10 semanas.
El programa se adaptó a las barreras y los objetivos semanales de cada paciente e incluyó la sal añadida en la mesa, la sal utilizada al cocinar, la compra en el supermercado y la comida en los restaurantes. Los participantes recibieron un dispositivo electrónico que detecta el contenido de sal para poder identificar y evitar los alimentos con alto contenido en sal.
El profesor Chung explica que "uno de los primeros pasos fue que los pacientes se dieran cuenta de la cantidad de sal que comían. Con el dispositivo electrónico podían comprobar el contenido en sal de las comidas de los restaurantes y pedir al cocinero que redujera o eliminara la sal en su próxima visita. También lo utilizaron en casa para reducir el contenido de sal en su propia cocina".
Según señala, "allgunas personas añadían sal automáticamente en la mesa antes de probar la comida, por lo que pedimos a los participantes que contaran el número de 'batidos' y se fijaran objetivos para reducirla. La mayoría de los participantes retiraron el salero de la mesa en tres semanas".
Al inicio y a las 16 semanas, todos los participantes proporcionaron una muestra de orina de 24 horas para evaluar la ingesta de sodio y se les midió la presión arterial. Además, se evaluó la preferencia por la comida salada y el disfrute de una dieta restringida en sal en una escala de 10 puntos.
La edad media de los participantes era de 63 años y el 55% eran hombres. Tres pacientes se retiraron del estudio y el análisis final incluyó a 17 y 9 participantes en los grupos de intervención y atención habitual, respectivamente.
Los investigadores compararon los cambios entre los grupos desde el inicio hasta la finalización del estudio. La intervención condujo a una reducción significativa de la ingesta de sodio y a un mayor disfrute de una dieta restringida en sal. Hubo una tendencia a la disminución de la presión arterial sistólica media en el grupo de intervención, de 143,4 a 133,9 mmHg, pero no alcanzó significación estadística. La intervención no modificó la preferencia por los alimentos salados.
El profesor Chung señala que "en el grupo de intervención, la ingesta de sodio se redujo en 1.158 mg al día, lo que supuso una disminución del 30% respecto al inicio, mientras que el grupo de control aumentó la ingesta diaria en 500 mg. El disfrute de una dieta baja en sal aumentó en el grupo de intervención, de 4,8 a 6,5 en una escala de 10 puntos, aunque los pacientes seguían prefiriendo la comida salada. Es probable que la intervención no se tradujera en un descenso estadísticamente significativo de la presión arterial debido al pequeño tamaño de la muestra", apunta.
El experto concluye que el estudio "indica que podemos reentrenar nuestras papilas gustativas para que disfruten de los alimentos bajos en sodio y reduzcan gradualmente la cantidad de sal que comemos. El programa de adaptación gradual del gusto tiene el potencial de controlar la presión arterial, pero debe probarse en un ensayo más amplio con un seguimiento más prolongado", apunta.