MADRID 4 Jul. (EUROPA PRESS) -
Las personas que se encuentran en la fase inicial de la enfermedad de Alzheimer, es decir, después de que hayan comenzado los cambios cerebrales pero antes de que se manifiesten los síntomas cognitivos, albergan una variedad de bacterias en sus intestinos que difiere de las bacterias intestinales de las personas sanas, según un estudio realizado por investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington (Estados Unidos).
Los resultados, publicados en la revista 'Science Translational Medicine', abren la posibilidad de analizar la comunidad bacteriana intestinal para identificar a las personas con mayor riesgo de desarrollar demencia y diseñar tratamientos preventivos que alteren el microbioma para evitar el deterioro cognitivo.
"Aún no sabemos si el intestino influye en el cerebro o si el cerebro influye en el intestino, pero en ambos casos es valioso conocer esta asociación", afirma el coautor Gautam Dantas, catedrático Conan de Medicina Genómica y de Laboratorio.
"Podría ser que los cambios en el microbioma intestinal no sean más que una lectura de cambios patológicos en el cerebro --añaden--. La otra alternativa es que el microbioma intestinal esté contribuyendo a la enfermedad de Alzheimer, en cuyo caso alterar el microbioma intestinal con probióticos o transferencias fecales podría ayudar a cambiar el curso de la enfermedad".
La idea de estudiar la conexión entre el microbioma intestinal y la enfermedad de Alzheimer surgió en un partido de fútbol juvenil, donde Dantas y Beau M. Ances, catedrático de Neurología Daniel J. Brennan, charlaban mientras sus hijos jugaban. Ances trata y estudia a personas con Alzheimer y Dantas es experto en microbioma intestinal.
Los científicos ya sabían que los microbiomas intestinales de las personas con Alzheimer sintomático difieren de los microbiomas de las personas sanas de la misma edad. Pero, según explica Ances a Dantas, nadie había estudiado aún el microbioma intestinal de personas en la fase crítica presintomática.
"En el momento en que las personas presentan síntomas cognitivos, ya se han producido cambios significativos que a menudo son irreversibles --añade Ances, el otro coautor del estudio--, pero si se puede diagnosticar a alguien en una fase muy temprana del proceso de la enfermedad, ése sería el momento óptimo para intervenir eficazmente con una terapia".
Durante la fase inicial de la enfermedad de Alzheimer, que puede durar dos décadas o más, los afectados acumulan cúmulos de las proteínas beta amiloide y tau en el cerebro, pero no muestran signos de neurodegeneración o deterioro cognitivo.
Dantas, Ances y la primera autora, la doctora Aura L. Ferreiro, entonces estudiante de posgrado en el laboratorio de Dantas y ahora investigadora posdoctoral, evaluaron a participantes voluntarios en estudios del Centro de Investigación de la Enfermedad de Alzheimer Charles F. y Joanne Knight de la Universidad de Washington. Todos los participantes eran cognitivamente normales. Como parte de este estudio, los participantes proporcionaron muestras de heces, sangre y líquido cefalorraquídeo; llevaron diarios de alimentos; y se sometieron a escáneres cerebrales PET y MRI.
Para distinguir a los participantes que ya se encontraban en la fase inicial de la enfermedad de Alzheimer de los que estaban sanos, los investigadores buscaron signos de acumulación de beta amiloide y tau mediante escáneres cerebrales y líquido cefalorraquídeo. De los 164 participantes, aproximadamente un tercio (49) presentaba signos de Alzheimer en fase inicial.
Un análisis reveló que las personas sanas y las que padecían la enfermedad de Alzheimer preclínica tenían bacterias intestinales notablemente diferentes --en cuanto a las especies de bacterias presentes y los procesos biológicos en los que intervienen esas bacterias-- a pesar de seguir básicamente la misma dieta.
Estas diferencias se correlacionaban con los niveles de amiloide y tau, que aumentan antes de que aparezcan los síntomas cognitivos, pero no con la neurodegeneración, que se hace evidente más o menos cuando empiezan a declinar las capacidades cognitivas. Según los investigadores, estas diferencias podrían servir para detectar la enfermedad de Alzheimer en sus primeras fases.
"Lo bueno de utilizar el microbioma intestinal como herramienta de detección es su sencillez y facilidad --afirma Ances--. Algún día las personas podrán proporcionar una muestra de heces y averiguar si tienen un mayor riesgo de desarrollar Alzheimer. Sería mucho más fácil y menos invasivo y más accesible para una gran parte de la población, especialmente los grupos infrarrepresentados, en comparación con los escáneres cerebrales o las punciones lumbares", añade.
Los investigadores han puesto en marcha un estudio de seguimiento de cinco años diseñado para averiguar si las diferencias en el microbioma intestinal son causa o consecuencia de los cambios cerebrales que se observan en los primeros estadios de la enfermedad de Alzheimer.
"Si existe una relación causal, lo más probable es que sea inflamatoria --afirma Dantas, que también es catedrático de Patología e Inmunología, Ingeniería Biomédica, Microbiología Molecular y Pediatría--. Las bacterias son unas fábricas químicas asombrosas, y algunos de sus metabolitos afectan a la inflamación en el intestino o incluso llegan al torrente sanguíneo, donde pueden influir en el sistema inmunitario de todo el cuerpo".
Advierte de que "todo esto es especulativo en este momento, pero si resulta que hay una relación causal, podemos empezar a pensar si promover las bacterias 'buenas' o deshacerse de las bacterias 'malas' podría ralentizar o incluso detener el desarrollo de la enfermedad de Alzheimer sintomática".