MADRID, 17 Feb. (EUROPA PRESS) -
Investigadores de la Washington University School of Medicine (Estados Unidos) han evidenciado, en un estudio publicado en la revista 'Cell', la efectividad que aportan los tratamientos contra el coronavirus que están basados en anticuerpos.
Los anticuerpos tienen la forma de la letra 'Y', y las puntas de los dos brazos cortos son casi infinitamente cambiantes, lo que les da a los anticuerpos la capacidad de reconocer prácticamente cualquier forma molecular. Los brazos cortos se adhieren a las moléculas extrañas y las apuntan para su eliminación.
El brazo largo es donde se encuentran las funciones efectoras. En concreto, se adhiere a los receptores de las células inmunitarias, induciéndolas a matar las células infectadas y a liberar moléculas que esculpen la respuesta inmunitaria.
Pero este proceso puede salir mal. En un proceso conocido como mejora dependiente de anticuerpos, las interacciones entre el brazo largo de los anticuerpos y las células inmunes pueden empeorar algunas infecciones virales, especialmente las infecciones producidas por el dengue tropical.
Y es que, las personas que tienen anticuerpos contra una cepa del virus del dengue corren el riesgo de desarrollar una fiebre del dengue potencialmente mortal si se infectan con otra cepa del virus. Para evitar el peligro de una mejora dependiente de anticuerpos, algunas empresas que desarrollan fármacos COVID-19 basados en anticuerpos cambiaron la secuencia en el brazo largo de los anticuerpos para evitar que interactúen con las células inmunes.
Otras compañías tomaron el rumbo opuesto: fortalecer las funciones efectoras de los anticuerpos para aumentar potencialmente la potencia de sus medicamentos. Para determinar el papel de las funciones efectoras de anticuerpos en COVID-19, los expertos comenzaron trabajando con un anticuerpo que es muy eficaz para reconocer y neutralizar el SARS-CoV-2.
Eliminaron las funciones efectoras del anticuerpo mutando su brazo largo para que no pudiera estimular las células inmunes. Dieron a grupos separados de ratones el anticuerpo original o mutado del SARS-CoV-2, o un anticuerpo placebo que no reconoce el SARS-CoV-2. Los anticuerpos se administraron a los animales un día antes de que fueran infectados por la nariz con el virus que causa COVID-19.
Independientemente de si las funciones efectoras de los anticuerpos estaban intactas, los anticuerpos del SARS-CoV-2 protegieron a los ratones contra la enfermedad. Así, los ratones que habían recibido cualquiera de los anticuerpos contra el SARS-CoV-2 perdieron menos peso y tenían niveles más bajos de virus en sus pulmones que los que recibieron el anticuerpo placebo.
Posteriormente, los investigadores investigaron si las funciones efectoras de los anticuerpos son necesarias para el tratamiento después de la infección. Para ello, le dieron a los ratones el virus que causa COVID-19 y los trataron uno, dos o tres días después con los anticuerpos originales o mutados del SARS-CoV-2, o un anticuerpo placebo. En comparación con el placebo, el anticuerpo SARS-CoV-2 original protegió a los ratones contra la pérdida de peso y la muerte, pero el que no tenía funciones efectoras no lo hizo.