MADRID 15 Ene. (EUROPA PRESS) -
Científicos de la Universidad de Colorado en Boulder (Estados Unidos) publican en la revista 'Current Biology' nuevas evidencias sobre cómo el neurotransmisor dopamina desempeña un papel fundamental para mantener vivo el amor.
"Lo que hemos encontrado, esencialmente, es una firma biológica del deseo que nos ayuda a explicar por qué queremos estar con algunas personas más que con otras", declara la autora principal Zoe Donaldson, profesora asociada de neurociencia conductual en CU Boulder.
En concreto, el trabajo de Donaldson busca obtener nuevos conocimientos sobre lo que sucede dentro del cerebro humano para hacer posibles las relaciones íntimas y cómo lo superamos, neuroquímicamente hablando, cuando esos vínculos se rompen.
Así, explica como ejemplo que si nos dirigimos a la cena con un amante, se producirá en nosotros una avalancha de dopamina (la misma hormona que subyace a los antojos de azúcar, nicotina y cocaína), que probablemente infunde el centro de recompensa de tu cerebro, motivándote a desafiar el tráfico para mantener vivo ese vínculo único. Pero si esa cena es con un simple conocido del trabajo, esa inundación podría parecer más bien un goteo.
"Como seres humanos, todo nuestro mundo social se define básicamente por diferentes grados de deseo selectivo de interactuar con diferentes personas, ya sea su pareja romántica o sus amigos cercanos", expone Donaldson. "Esta investigación sugiere que ciertas personas dejan una huella química única en nuestro cerebro que nos impulsa a mantener estos vínculos con el tiempo".
Para analizar esta cuestión, el estudio analizó sujetos de topillos de las praderas, que tienen la distinción de estar entre el 3% y el 5% de los mamíferos que forman parejas monógamas. Al igual que los humanos, estos roedores tienden a formar parejas a largo plazo, compartir un hogar, criar crías juntos y experimentar algo parecido al dolor cuando pierden a su pareja.
Para el estudio, Donaldson y sus colegas utilizaron tecnología de neuroimagen de última generación para medir, en tiempo real, lo que sucede en el cerebro cuando un topillo l intenta llegar a su pareja. En un escenario, el topillo tuvo que presionar una palanca para abrir la puerta de la habitación donde estaba su pareja. En otro, tuvo que saltar una valla para ese reencuentro.
Mientras tanto, un pequeño sensor de fibra óptica rastreó la actividad, milisegundo a milisegundo, en el núcleo accumbens del animal, una región del cerebro responsable de motivar a los humanos a buscar cosas gratificantes.
Cada vez que el sensor detecta un chorro de dopamina, "se enciende como una barra luminosa", explica la primera autora del trabajo Anne Pierce, quien trabajó en el estudio como estudiante de posgrado en el laboratorio de Donaldson. Cuando los topillos empujaban la palanca o trepaban la pared para ver a su compañero de vida, la fibra "se iluminaba como un delirio", relata la especialista.
"Y la fiesta continuó mientras se acurrucaban y se olían unos a otros. Por el contrario, cuando un topillo al azar está al otro lado de esa puerta o pared, la barra luminosa se atenúa", añade.
Según el trabajo, esto sugiere que la dopamina no sólo es realmente importante para motivarnos a buscar a nuestra pareja, sino que en realidad hay más dopamina fluyendo a través de nuestro centro de recompensa cuando estamos con nuestra pareja que cuando estamos con un extraño.
En otro experimento, la pareja de topillos se mantuvo separada durante cuatro semanas, el tiempo suficiente para que los topillos en estado salvaje encontraran otra pareja. Cuando se reunieron, se recordaban el uno al otro, pero su característico aumento de dopamina casi había desaparecido. En esencia, esa huella del deseo había desaparecido. En lo que a sus cerebros se refería, su ex pareja era indistinguible de cualquier otro topillo.
"Pensamos en esto como una especie de reinicio dentro del cerebro que permite al animal continuar y potencialmente formar un nuevo vínculo", incide Donaldson.
Esto podría ser una buena noticia para los seres humanos que han sufrido una ruptura dolorosa o incluso han perdido a su cónyuge, lo que sugiere que el cerebro tiene un mecanismo inherente para protegernos del amor interminable no correspondido.