MADRID, 10 Oct. (EUROPA PRESS) -
Un nuevo análisis de los restos de las víctimas de la pandemia de gripe de 1918, que mató a unos 50 millones de personas en todo el mundo, contradice la creencia generalizada de que la gripe afectó de manera desproporcionada a los adultos jóvenes sanos, según publican los investigadores en la revista 'Proceedings of the National Academy of Sciences'.
Debido a que tantas personas enfermaron tan rápidamente, los médicos de la época creían que los sanos tenían las mismas probabilidades de morir de gripe que los que ya estaban enfermos o frágiles. Sin embargo, a pesar de los numerosos relatos históricos, no existen pruebas científicas concretas que respalden esta creencia.
Investigadores de la Universidad McMaster (Canadá) y de la Universidad de Colorado Boulder (Estados Unidos), que analizaron la edad de fallecimiento de las víctimas y estudiaron las lesiones en los huesos de las víctimas, informan de que los más susceptibles de morir de gripe habían mostrado signos de estrés ambiental, social y nutricional previo.
"Nuestras circunstancias --sociales, culturales e inmunológicas-- están todas entrelazadas y siempre han determinado la vida y la muerte de las personas, incluso en un pasado remoto", explica Amanda Wissler, profesora adjunta del Departamento de Antropología de McMaster y autora principal del estudio.
"Lo vimos durante el COVID-19, en el que nuestros antecedentes sociales y culturales influían en quién tenía más probabilidades de morir y quién de sobrevivir", añade.
Gran parte de la investigación sobre la pandemia de 1918 se basa en documentación histórica como estadísticas vitales, datos censales y registros de seguros de vida, ninguno de los cuales incluye información sobre afecciones preexistentes, o factores generales de estrés ambiental, dietético o crónico de otro tipo que pueden repercutir en la salud general de una persona a lo largo de su vida.
Para el estudio, los investigadores examinaron los restos óseos de 369 individuos de la colección de esqueletos documentados Hamman-Todd, que se encuentra en el Museo de Historia Natural de Cleveland. Todos habían fallecido entre 1910 y 1938. La muestra se dividió en dos grupos: un grupo de control que había muerto antes de la pandemia, y los que murieron durante la pandemia.
La estructura esquelética de una persona viva puede sufrir cambios duraderos debido a una mala salud, lo que se traduce en una disminución de la estatura, un crecimiento irregular, defectos en el desarrollo de los dientes y otros indicadores.
El equipo buscó lesiones, o indicadores de estrés, en las tibias de las víctimas de la pandemia. La formación de hueso nuevo se produce en respuesta a la inflamación causada por un traumatismo físico o una infección, por ejemplo. Los investigadores pueden determinar si una lesión ha estado activa, en pleno proceso de curación o se ha curado por completo, todo lo cual aporta pruebas de afecciones subyacentes.
"Al comparar quién tenía lesiones y si éstas estaban activas o cicatrizando en el momento de la muerte, obtenemos una imagen de lo que llamamos fragilidad, o de quién tiene más probabilidades de morir. Nuestro estudio muestra que las personas con estas lesiones activas son las más frágiles", afirma Sharon DeWitte, antropóloga biológica de la Universidad de Colorado Boulder y coautora del estudio.
Las enfermedades preexistentes, como el asma o la insuficiencia cardíaca congestiva, son factores de riesgo comunes que pueden contribuir a los malos resultados de enfermedades infecciosas como la gripe.
Según los investigadores, el racismo y la discriminación institucional pueden amplificar estos efectos, como se puso de manifiesto en la pandemia de COVID-19. Durante la peste negra en Londres, por ejemplo, los individuos que habían sufrido previamente factores de estrés ambiental, nutricional y de enfermedad tenían más probabilidades de morir de peste que sus compañeros más sanos.
"Los resultados de nuestro trabajo contrarrestan la narrativa y los relatos anecdóticos de la época --afirma Wissler--. Esto pinta un panorama muy complicado de la vida y la muerte durante la pandemia de 1918".
Los investigadores planean seguir explorando la relación entre el estatus socioeconómico y la mortalidad en futuros trabajos.