MADRID, 9 Oct. (EUROPA PRESS) -
Un vínculo afectivo temprano entre padres e hijos aumenta significativamente la tendencia del niño a ser "prosocial" y a actuar con amabilidad y empatía hacia los demás, según indica una investigación publicada en el 'International Journal of Behavioral Development'.
El estudio de la Universidad de Cambridge (Reino Unido) utilizó datos de más de 10.000 personas nacidas entre 2000 y 2002 para comprender la interacción a largo plazo entre las relaciones tempranas con nuestros padres, la prosocialidad y la salud mental. Se trata de uno de los primeros estudios que analizan cómo interactúan estas características durante un largo periodo que abarca la infancia y la adolescencia.
Los investigadores descubrieron que las personas que habían tenido una relación afectuosa y cariñosa con sus padres a los tres años no sólo tendían a tener menos problemas de salud mental durante la primera infancia y la adolescencia, sino que también mostraban mayores tendencias "prosociales". Esto se refiere a comportamientos socialmente deseables destinados a beneficiar a los demás, como la amabilidad, la empatía, la ayuda, la generosidad y el voluntariado.
Aunque la correlación entre las relaciones entre padres e hijos y la posterior prosocialidad debe verificarse mediante más investigaciones, el estudio apunta a una asociación considerable. Por término medio, se constató que por cada unidad estándar por encima de los niveles "normales" en que la cercanía de un niño con sus padres era mayor a los tres años, su prosocialidad aumentaba en 0,24 de una unidad estándar en la adolescencia.
Por el contrario, los niños cuyas primeras relaciones con sus padres eran emocionalmente tensas o abusivas tenían menos probabilidades de desarrollar hábitos prosociales con el tiempo. Los investigadores sugieren que esto refuerza la necesidad de desarrollar políticas y ayudas específicas para las familias jóvenes en las que no siempre es fácil establecer relaciones estrechas entre padres e hijos; por ejemplo, si los padres tienen que hacer frente a presiones económicas y laborales y no disponen de mucho tiempo.
El estudio también exploró hasta qué punto la salud mental y el comportamiento prosocial son "rasgos" fijos en los jóvenes, y hasta qué punto fluctúan en función de circunstancias como cambios en la escuela o en las relaciones personales. Se midieron tanto la salud mental como la prosocialidad a los cinco, siete, once, catorce y diecisiete años, con el fin de desarrollar una imagen completa de la dinámica que da forma a estas características y cómo interactúan.
Ioannis Katsantonis, de la Facultad de Educación de la Universidad de Cambridge, autor principal e investigador doctoral especializado en psicología y educación, destaca que el análisis "demostró que, a partir de cierta edad, tendemos a estar mentalmente bien, o mentalmente mal, y a tener un nivel de resiliencia razonablemente fijo".
"La prosocialidad varía más y durante más tiempo, dependiendo de nuestro entorno. Una gran influencia parece ser la relación temprana con nuestros padres --añade--. De niños, interiorizamos aquellos aspectos de nuestras relaciones con los padres que se caracterizan por la emoción, el cuidado y la calidez. Esto afecta a nuestra futura disposición a ser amables y serviciales con los demás".
El estudio utilizó datos de 10.700 participantes en el Estudio de Cohortes del Milenio, que ha seguido el desarrollo de un amplio grupo de personas nacidas en el Reino Unido entre 2000 y 2002. Incluye información basada en encuestas sobre su prosocialidad, síntomas "internalizantes" de salud mental (como depresión y ansiedad) y síntomas "externalizantes" (como agresividad).
Otros datos de la encuesta proporcionaron información sobre el grado en que las relaciones de los participantes con sus padres a la edad de tres años se caracterizaban por el "maltrato" (abuso físico y verbal), el conflicto emocional y la "cercanía" (calidez, seguridad y atención). También se tuvieron en cuenta otros factores de confusión potenciales, como el origen étnico y la situación socioeconómica.
A continuación, el equipo de Cambridge utilizó una forma compleja de análisis estadístico denominada modelización latente de estado-rasgo-ocasión para comprender hasta qué punto los síntomas de salud mental y las inclinaciones prosociales de los participantes parecían expresar "rasgos" fijos de personalidad en cada etapa de su desarrollo. Esto les permitió, por ejemplo, determinar hasta qué punto un niño que se comportaba de forma ansiosa al ser encuestado estaba respondiendo a una experiencia o serie de circunstancias concretas, y hasta qué punto era simplemente un niño ansioso por naturaleza.
El estudio halló indicios de una relación entre los problemas de salud mental y la prosocialidad. En particular, los niños que mostraban síntomas de salud mental externalizantes superiores a la media a una edad más temprana mostraban menos prosocialidad de lo normal más adelante. Por ejemplo, por cada unidad estándar de aumento por encima de lo normal que mostraba un niño con problemas de salud mental externalizantes a los siete años, su prosocialidad descendía normalmente 0,11 unidades a los 11 años.
Sin embargo, no había pruebas claras de que ocurriera lo contrario. Aunque los niños con una prosocialidad superior a la media solían tener mejor salud mental en un momento dado, esto no significaba que su salud mental mejorara a medida que crecían. Sobre la base de estos resultados, el estudio sugiere que los esfuerzos de las escuelas por fomentar los comportamientos prosociales pueden tener más impacto si se integran en el plan de estudios de forma sostenida, en lugar de aplicarse en forma de intervenciones puntuales, como las semanas contra el acoso escolar.
Además de ser más prosociales, los niños que tenían una relación más estrecha con sus padres a los tres años también tendían a presentar menos síntomas de mala salud mental en la infancia y la adolescencia posteriores.
Según Katsantonis, los resultados subrayan la importancia de cultivar relaciones sólidas entre padres e hijos en la primera infancia, algo que ya se considera fundamental para favorecer el desarrollo saludable de los niños en otros ámbitos. "Gran parte de esto se debe a los padres --apunta--. La medida en que pueden pasar tiempo con sus hijos y responder a sus necesidades y emociones en las primeras etapas de la vida tiene una enorme importancia".
"Algunos pueden necesitar ayuda para aprender a hacerlo, pero no debemos subestimar la importancia de simplemente dedicarles tiempo --indica--. La cercanía sólo se desarrolla con el tiempo, y para los padres que viven o trabajan en circunstancias estresantes y limitadas, a menudo no hay suficiente. Las políticas que se ocupen de eso, a cualquier nivel, tendrán muchos beneficios, entre ellos mejorar la resiliencia mental de los niños y su capacidad de actuar positivamente hacia los demás más adelante en la vida".