MADRID, 4 Ago. (EUROPA PRESS) -
Un nuevo estudio de imágenes cerebrales, que se publica este domingo en la edición digital de 'Nature Neuroscience', ha identificado los mecanismos cerebrales que subyacen a nuestra opinión sobre la severidad con la que debe castigarse a una persona que ha perjudicado a otra. En concreto, determina cómo el área del cerebro que sentencia si el acto fue intencionado o no supera el impulso emocional de castigar a la persona, a pesar de lo horrible que pueda ser el daño.
"Un aspecto fundamental de la experiencia humana es el deseo de castigar los actos dañinos, incluso cuando la víctima es un perfecto desconocido. Sin embargo, es igualmente importante nuestra capacidad de poner freno a este impulso cuando nos damos cuenta de que el daño fue hecho sin querer --afirma René Marois, profesor de Psicología de la Universidad Vanderbilt, en Nashville, Tennessee, Estados Unidos, y director de esta investigación--. Este estudio nos ayuda a comenzar a dilucidar el circuito neural que permite este tipo de regulación".
Los asuntos de crimen y castigo y venganza y justicia se remontan a los albores de la historia humana, pero es sólo en los últimos años que los científicos han comenzado a explorar la naturaleza básica de los complejos procesos neuronales en el cerebro que subyacen a estos comportamientos fundamentales.
En este experimento, se tomaron imágenes de los cerebros de 30 voluntarios (20 hombres y 10 mujeres con una edad media de 23 años) mediante resonancia magnética funcional (fMRI, por sus siglas en inglés) mientras leían una serie de breves argumentos que describían cómo las acciones de un protagonista llamado John dañaron a Steve o María.
Las historias representaban cuatro niveles de daños diferentes: la muerte, la mutilación, el asalto físico y el daño a la propiedad, pero en la mitad de ellos, se identificaba el daño como claramente intencionado y en la otra mitad, como involuntario. Se crearon dos versiones de cada escenario: una con una descripción objetiva de los daños y otra con una descripción gráfica.
Después de leer cada narración, se pidió a los participantes que pusieran nota a la cantidad de castigo que merecía John en una escala de cero (sin castigo) a nueve (castigo más severo). Cuando se analizaron las respuestas, los investigadores encontraron que la forma en que se describen de manera significativa las consecuencias perjudiciales de una acción influye en el nivel de la pena que la gente considera apropiada.
Cuando el daño se describe de forma gráfica o espeluznante entonces la gente pone un castigo mayor que cuando se relata el hecho de forma natural. Sin embargo, este nivel de castigo superior sólo se aplica cuando los participantes en esta investigación consideraron que el daño resultante era itencionado. Cuando lo consideraron intencional, la forma en la que se describía no tuvo ningún efecto.
"Lo que hemos demostrado es que manipular el lenguaje de forma truculenta conduce a un castigo más severo, pero sólo en los casos en que el daño fue deliberado, puesto que el lenguaje no tuvo ningún efecto cuando el daño provocado fue sin intención", resume Michael Treadway, becario postdoctoral en la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard y autor principal del estudio.
Según los científicos, sus hallazgos sugieren que es probable que fotografías, vídeos y otros materiales gráficos tengan un impacto aún más fuerte en el deseo de castigar a una persona por el daño infligido. "Aunque la base científica subyacente de este efecto no se conoce hasta el momento, el sistema legal lo reconoció hace mucho tiempo y tomó medidas para contrarrestarlo", señala Treadway.
Los escáneres de fMRI revelaron las áreas del cerebro que están involucradas en este proceso complejo, mostrando que la amígdala, un conjunto de neuronas en forma de almendra que juega un papel clave en el procesamiento de las emociones, respondió más fuertemente a la condición del lenguaje gráfico. Sin embargo, como las propias sentencias, este efecto en la amígdala sólo estaba presente cuando el daño fue hecho intencionadamente.
Por otra parte, en esta situación, los investigadores hallaron que la amígdala mostró mayor comunicación con la corteza prefrontal dorsolateral (DLPFC, por sus siglas en inglés), un área que es crítica para tomar decisiones sobre el castigo.
No obstante, cuando el daño se hizo sin intención, se hizo más activa una red de regulación diferente y pareció suprimir las respuestas de la amígdala al lenguaje gráfico, impidiendo que la amígdala afecte a áreas de toma de decisiones en DLPFC.