MADRID, 21 Sep. (EUROPA PRESS) -
Practicar dos veces al mes de yoga tibetano puede reducir los trastornos del sueño y mejorar la calidad del sueño en pacientes con cáncer de mama que reciben quimioterapia, según concluye un estudio de investigadores del Centro de Cáncer MD Anderson de la Universidad de Texas, en Houston, Estados Unidos.
La investigación, publicada en la revista 'Cancer', encontró que las mujeres que practicaban yoga tibetano por lo menos dos veces a la semana dijeron tener menos disturbios diurnos, mejor calidad del sueño y eficiencia del sueño en el tiempo, en comparación con aquellas que practican menos a menudo y con mujeres en un grupo de control activo recibiendo atención habitual.
Los trastornos del sueño y la fatiga son dos de los efectos secundarios más frecuentes y debilitantes experimentados por los pacientes de cáncer sometidos a quimioterapia, explica el autor principal de este trabajo, Lorenzo Cohen, profesor de Medicina Paliativa, Integrativa y de Rehabilitación y director del Programa de Medicina Integrativa. Los pacientes a menudo se quejan de tener mala calidad del sueño, insomnio y somnolencia excesiva.
"Investigaciones anteriores han establecido que el yoga reduce eficazmente los trastornos del sueño para los pacientes con cáncer, pero no han incluido grupos de control activos o no han realizado seguimiento a largo plazo --apunta Cohen--. Este estudio esperaba abordar las limitaciones de análisis anteriores".
Para el estudio aleatorizado, 227 mujeres con cáncer de mama en estadio I-III sometidas a quimioterapia en el Centro de Cáncer MD Anderson fueron asignadas al azar a uno de tres grupos: un programa de yoga tibetano, un programa de estiramiento simple o un grupo de control de lista de espera que recibía la atención habitual. Las participantes en el programa de yoga tibetano y el plan de estiramiento asistieron a cuatro clases de 75-90 minutos durante su tratamiento de quimioterapia.
Las participantes en el programa de yoga tibetano recibieron formación individualmente por un instructor capacitado, con cada clase centrándose en la respiración controlada, la visualización, la meditación y las posturas. Se alentó a las pacientes a practicar diariamente en casa fuera de la clase.
MEJOR CALIDAD Y EFICIENCIA DEL SUEÑO A LOS SEIS MESES
Antes de iniciar las intervenciones, las participantes completaron cuestionarios de referencia y llevaron un reloj de actigrafía, que monitorea los ciclos de descanso y actividad, las 24 horas del día durante siete días para evaluar la calidad del sueño. Las evaluaciones de seguimiento se realizaron una semana después de finalizar la intervención y tres, seis y 12 meses después.
Se evaluaron los trastornos del sueño y la fatiga utilizando el índice de calidad del sueño de Pittsburgh y el inventario breve sobre la fatiga. Las participantes también usaron actígrafos 24 horas al día durante siete días en cada punto de tiempo de estudio para medir el sueño. No hubo diferencias de grupo estadísticamente significativas en los trastornos del sueño total o los niveles de fatiga con el tiempo, pero las participantes en el grupo de yoga tibetano informaron de tener menos disturbios diarios una semana después del tratamiento que cualquiera de los otros grupos.
Además, los beneficios del sueño a largo plazo surgieron con el tiempo para aquellas que practicaban yoga tibetano al menos dos veces a la semana. En comparación con quienes lo practicaban menos a menudo, estas pacientes informaron de menos trastornos diarios tres meses después del tratamiento, así como una mejor calidad y eficiencia del sueño a los seis meses después del tratamiento. También dijeron sufrir menos trastornos diarios a los tres meses y una mejor eficiencia del sueño a los seis meses en relación con el grupo de control de atención habitual.
"Aunque los efectos de esta intervención fueron modestos, es alentador ver que las mujeres que practicaban yoga fuera de clase habían obtenido mejoras en los resultados del sueño con el tiempo", apunta Cohen. El estudio y los hallazgos tienen limitaciones por varios factores, como la falta de grupos ciegos y desafíos con la contratación de pacientes sometidos a quimioterapia, resultando en sólo un 56 por ciento de participación.